TOMÁS CASARES Y LOS CURSOS DE CULTURA CATÓLICA

Por el Dr. Bernardino Montejano





I.-

 

¿Qué fueron los Cursos de Cultura Católica? -Un hogar intelectual, fue la respuesta de Rafael Jijena Sánchez y de Juan Antonio Spotorno, en el Reportaje hecho en Universitas, n° 38, Buenos Aires, 1975, dedicado a Tomás Casares. Siempre es bueno tener un hogar; por eso pretendemos transformar al INFIP en el hogar de la filosofía práctica, aunque corremos el riesgo de acabar como un geriátrico de la filosofía práctica.

 

Y ahora dos textos de Ignacio Braulio Anzoátegui para comprender el asunto un poco más:

 

“En medio de aquella época tan nefanda como nefasta, en medio de aquel tiempo que sea creía dueño y lacayo del último quiquiriquí del máximo mascalzone de turno, en medio de aquellos años enloquecidos de aggiornamento con el más vil de los viles detractores, los Cursos de Cultura Católica nos rescataron a la confianza, nos reconciliaron con Dios, nos enseñaron a que el católico no tenía por qué poner cara de drogadicto de la virtud, de monja psicoanalizada por cualquier Amado Nervo”.

 

“Nacieron de la decisión de una minoría de hombres inmunes a la heredosífilis liberal que venía regenteando el país después de Caseros (donde la Patria se recalcó un pie)” (“Los Cursos de Cultura Católica y nosotros”, en Universitas n°38, p.15)

 


II.-

 

Y ahora nos preguntamos ¿Qué no fueron los Cursos de Cultura Católica? Y lo mejor es relatar una anécdota con motivo de un homenaje a Convivio celebrado hace unos cuantos años en el Museo Larreta.

 

Tuvimos que soportar una serie de mentiras pronunciadas por Monseñor Eugenio Guasta, en presencia de Monseñor Héctor Agüer, entonces vicario zonal de Belgrano. Entre las falsedades era claro el intento de reducir los Cursos a Convivio y transformarlo en un mero grupo artístico-literario.

 

Guasta en su disertación no habló nunca de Tomás Casares y se dedicó a exaltar a un hombre de los Cursos que traicionó su espíritu: Atilio Dell’Oro Maini.

 

Cuando acabó abordamos a Agüer y le recriminamos: -¿cómo podés soportar tantas mentiras sin decir nada? Nos contestó: -no encontré la oportunidad. Le contestamos: -Yo como laico, si vos no lo prohibís, como mi obispo, voy a encontrar la oportunidad cuando salga este individuo. -No me opongo, respondió.

 

Tardó bastante en salir, porque estuvo contestando a un reportaje radial, lo que hacía con mucha suficiencia, como hábil periodista, que había sido antes de su sacerdocio. No olvidemos que la generalidad de los periodistas “son individuos que poseen un océano de conocimientos de un centímetro de profundidad”.

 

En la vereda lo abordamos yendo directamente al grano:

 

-¿Ud. es el que acaba de hablar acerca de Convivio y de los Cursos de Cultura Católica? -Sí.

 

-¿Cree que se puede hablar de los Cursos de Cultura Católica y omitir a Casares? -No.

 

-Es lo que acaba de hacer. Conoce la verdad y la oculta, induce a otros al error: Ud. es un mentiroso.

 

-¿Sabe que Dell’Oro entregó las Universidades al marxismo, en una de las cuales yo estudié, y acabó su vida pública homenajeando como presidente de la UNESCO a Lenin como “gran humanista”?

 

-Lo último no lo sabía.

 

-Ahora lo sabe y si alguna vez lo oculta será un mentiroso al cuadrado.

 

-¿Quiere saber quien soy yo? -No, quiero irme.

 

Así acabó la conversación. Hubo un testigo de ella y de todo lo anterior: el P. Carlos Baliña. Está bien que los romanos acuñaron el adagio “testis unus, testis nullus”, ya que como reza el refrán “uno es ninguno”; pero, sin embargo, Baliña es alguno, con su peso y su barba.

 

El mismo Dell’Oro, como Ministro de Educación, no tuvo problema en poner en vigencia la ley 1420, ese hombre “cristianísimo, como señala Jordán Bruno Genta, de la Archicofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral” (“El asalto terrorista al poder”, Buen Combate, Buenos Aires, 2014, p. 62).

 

Esa ley, fue un instrumento, mediante la cual, como expresa Tomás Casares “el liberalismo oficial monopolizó de hecho la instrucción y bajo pretexto de neutralidad desterró la enseñanza religiosa e imprimió un carácter prácticamente ateo a todas las enseñanzas” (Reflexiones sobre la condición de la inteligencia en el catolicismo, Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1942, p. 69). Porque la escuela no tiene muchas opciones, pues como expresa nuestro amigo José Todolí O.P.: es templo o guarida.

 

Acerca de las aventuras de Dell’Oro Maini en la Unesco, a cuya presidencia trepó con el apoyo de comunistas, árabes y africanos, y que incluyen una condena al Portugal de Oliveira Salazar, se puede ver la carta del embajador argentino en dicha organización, Bonifacio Lastra, del 10 de noviembre de 1976,  publicada en la revista Cabildo de noviembre-diciembre del mismo año.

 

Además monseñor Guasta, vicario nada menos que para la cultura del Arzobispado de Buenos Aires, hacía honor a su apellido, que significa avería, descompostura, desperfecto, daño estropicio, destrozo.

 

Como el incidente fue bastante público, días después recibimos adhesiones telefónicas de alguna viuda como Paulita Guelfo de Spotorno, y una muy especial de Enrique Lagos, el librero de los Cursos: “En lo que Guasta, completamente de acuerdo”.

 

Se oculta la tarea apostólica de los Cursos: las conversiones. Hombres que eran comunistas, anarquistas, libre pensadores, judíos, se hicieron católicos gracias a los Cursos de Cultura Católica. Y quienes ya eran católicos, mejoraron su catolicismo. Así contestaron por anticipado, los dos amigos del reportaje a ese mentiroso clerical, cuando respondieron a la pregunta -¿Qué le deben Uds. a los Cursos?, dos conspicuos integrantes de los mismos: Jijena Sánchez: -“nos han dado un estilo, un sentido, nos han enseñado un catecismo de adultos; Juan Antonio Spotorno: -“a mí me han cambiado la vida”. Respecto e ese clérigo recordamos el consejo de Casares: “un poco de anticlericalismo es necesario para salvarse”

 

III.-

 

Integrantes destacados, por orden en los que los conocí: Osvaldo Horacio Dondo, Miguel Angel Etcheverrigaray, Juan Antonio Spotorno, Rafael Jijena Sánchez, Samuel Wenceslao Medrano, Federico Ibarguren,  Juan Carlos Goyeneche, Juan Antonio Ballester Peña, Jorge Mazzinghi, Ricardo Curutchet, Juan Alfredo Casaubon, Jorge Joaquín Llambías, Enrique María Lagos, Santiago de Estrada, José María de Estrada, Juan Oscar Ponferrada, Guillermo Buitrago, Juan Miguel Bargalló Cirio, Guillermo Gallardo, Benito Raffo Magnasco, Abelardo Rossi, Agustín Villar, Carlos Moyano Llerena,  Máximo Etchecopar.

 

Y también sacerdotes que colaboraron en la obra como Julio Meinvielle, Mario Agustín Pinto O.P., Juan Santos Gaynor, Manuel Moledo, Octavio Nicolás Derisi; también conocimos a Monseñor Antonio Rau, después obispo de Mar del Plata, de quien conservamos pésimo recuerdo.   

 

Hubo otros directivos y colaboradores en los Cursos; a muchos lamentamos no haberlos conocido y a algunos, pocos, estamos contentos de no haberlos conocido.

 

IV.-

 

Y ahora, dentro de este contexto de figuras ilustres ¿quién fue Tomás Darío Casares?

 

Dejamos la palabra a dos grandes amigos en el tiempo y en la eternidad: Rafael Jijena Sánchez, el “teólogo telúrico”: -“quisiera destacar la figura de Casares que es egregia en el mundo católico y su humildad exquisita en aquellos días de obediencia, en los cuales se entendía que la obediencia era a Cristo, no al superior”.

 

Y Juan Antonio Spotorno: -“conocí a Casares a los veinticinco años. Siempre doy gracias a Dios por este amigo que me ha dado que es, sin duda, un ejemplo de hombre, de magistrado y de cristiano. Gran parte de la enorme obra de los Cursos se debe a él”.

 

V.-

¿Cómo lo conocimos a Casares? En alguna reunión social en lo de Dondo y seguida de alguna visita a su acogedora casa de la calle Pacheco de Melo donde gozaba de una monumental biblioteca de dos pisos. Mientras tanto habíamos comenzado nuestra docencia en la Universidad de Buenos Aires en la cátedra de Introducción al Derecho de Ricardo Zorraquín Becú, gran historiador y amigo hasta su muerte, en la cual colaboramos con otro hombre de los Cursos, ese gran señor criollo que se llamó Samuel Wenceslao Medrano.

 

Y también en la Universidad Católica de Mar del Plata “Stella Maris”, regida entonces por un rector egregio, Juan Carlos García Santillán, perseguido por Rau, que no supo valorarlo, donde ingresamos al ganar un concurso y en la cual estuvimos un lustro soportando absurdas persecuciones por no ser lo suficientemente democráticos.

 

Así creció la indignación farisaica cuando invitamos a disertar a Federico Ibarguren, que según los acusadores se presentó vestido en forma insolente con un poncho color punzó, símbolo del rosismo; a todo esto el tema fue “Austrias y Borbones”. Cuando se lo comentamos a “Peco”, les contestó más allá de toda ideología: “Fui con poncho porque hacía frío”.

 

El escándalo llegó a su culminación cuando invitamos a Juan Carlos Goyeneche, ni siquiera a la Universidad sino al restaurante “El Guardamonte”, en un viaje inolvidable que compartimos con Horacio Payá y Julio César Noacco, matizado por los comentarios del Bebe y las cargadas a Julio. En un momento, casi chocamos y Juan Carlos comenta: si hace unos minutos nos hubiéramos matado lo que no sucedió por la pericia de Horacio (el conductor) hoy estaríamos vestidos con túnicas blancas tocando el arpa. Y seguro escuchando a Julio protestar: “Me queda corta y es para toda la eternidad”.

 

No importaban los méritos de Goyeneche; no interesaba la magnífica revista Sol y Luna, elogiada por Pío XII, para rasgarse las vestiduras bastaban acusaciones infundadas respecto al llamado “virrey”. Para colmo, estudiantes amigos ganaron las elecciones con una lista denominada “Martín Fierro”.

 

Era demasiado y en esa Universidad nos rescinden un contrato, jamás firmado. Viajamos a Europa en un viaje académico, conocimos mucha gente valiosa, pronunciamos una conferencia en la Universidad de Madrid y participamos en un congreso en Lausanna, Suiza, sobre “Política y ley natural”.

 

A la vuelta, recibimos una llamada de Casares: “Lo estábamos esperando”. ¿Qué había sucedido? Que Casares había tenido un problema cardíaco, quería declararse “M.G.”, o sea “mandado a guardar”, como un militar que está R.E. (retirado efectivo) y pretendía dejarnos la Cátedra de Filosofía del Derecho en la UCA y todavía más, la de Ética Social en el posgrado de Ciencias Políticas.

 

Aceptamos con dos condiciones; que siguiera como titular y otra, que nos acompañara en la tarea. Y así empezó una gestión universitaria que duró 39 años, hasta que un día, el entonces rector llamado Zecca Felder la concluyó en forma abrupta por haber cometido un pecado nuevo: cumplir 65 años y no morirnos. También ese día acabó en la UCA la presencia de Tomás Casares; por más que se lo recuerde hipócritamente con un cuadro, sus ideas están ausentes. Como escribe Juan Luis Gallardo ese rector cuyo primer apellido significa ácaro, garrapata, y en otra acepción casa de cambio de moneda, “llegó dispuesto a desterrar el viejo estilo, impreso por los Cursos de Cultura Católica” (“De memoria nomás”, UCALP, 2011, p. 334).

 

VI.-

 

Tomás Casares vivió una larga vida, una vida ejemplar, y como dijo de él, otro gran argentino, Julio Barberis, al presentarlo en una conferencia titulada: “El mito de un cristianismo sin cruz”, en él todo era verdadero: era un cristiano cabal, un filósofo, un juez; en él las palabras coincidían con la realidad de su persona.

 

 Fue ministro de la Corte Suprema de Justicia en momentos muy difíciles, pero fue rigurosamente independiente del poder político. Allí están sus 85 disidencias y sus 22 votos propios que la atestiguan. Pero a pesar de todo esto fue dejado cesante junto con sus colegas por decreto de la Revolución Libertadora del 4 de octubre de 1955. Esa tarde recibe una llamada de Dell’Oro para saludarlo y al preguntarle si podía ir a su casa, recibe la respuesta caritativa: “Por mí puede venir, pero no respondo de lo que hagan mis hijos”.

 

Pero volvamos a la Universidad. Casares nos acompañó durante años hasta poco antes de su muerte. Una vez por mes lo llevábamos a la cátedra de Ética social, en la cual con maestría y experiencia solucionaba los problemas que con toda libertad proponían los alumnos. Siempre sentíamos su apoyo paternal.

 

Casares presidió la reunión del Primer Congreso del Instituto de Promoción Social Argentina en el cual nuestro tema fue “Orden natural y subversión en la doctrina pontificia”. En esa oportunidad a Sacheri le fallaron varios “próceres” que figuran en el programa y desertaron. Sólo le respondieron dos: Juan Antonio Ballester Peña y Tomás Casares, ambos de los Cursos de Cultura Católica. El lugar de los ausentes fue ocupado por Julio César Noacco y José María Wathelet, ambos con espíritu de servicio y poco común generosidad. Tengo la foto del recuerdo en la cual estamos junto a Sacheri y Casares.

 

También nos propuso para escribir en su lugar tres artículos en la Gran Enciclopedia Rialp acerca de temas claves: la ley, la prudencia y la justicia y nos ayudó a salvar las diversas objeciones de los directores, algunas bastante absurdas, hasta que un día no pudo más y exclamó -“¡Ahora, que Dios lo ayude”. Dios nos ayudó porque los tres artículos se publicaron sin más vueltas.

 

Y hasta una vez en un examen de tesis, ante los reparos de uno de esos profesores envidiosos de los conocimientos de los doctorandos, Casares que presidía el tribunal cortó la discusión por lo sano, redactó el dictamen y le dijo al quejoso: “Ud. firme acá”.

 

La relación con Casares fue haciéndose cada vez más estrecha con el correr de los años, fue creciendo nuestra amistad, mientras “mirábamos juntos en la misma dirección” para decirlo con palabras de Saint-Exupéry, a quien, en expresión de Casares, representábamos en el cono sur. Eso se puede comprobar en las dedicatorias: en 1967 en la separata de “Plenitud del Derecho”: “al Dr. B. Montejano cordialmente Tomás D. Casares”; en la del libro “La justicia y el derecho”, 3ª. Edición, de 1974: “A Bernardino Montejano, en testimonio de entrañable amistad Tomás D. Casares”.

 

Recuerdo la fiesta de sus bodas de oro matrimoniales con la  discreta y bondadosa Martha Giménez Zapiola, con la cual tuvieron nueve hijos y el discurso del hijo mayor, médico, Tomás María Casares quien habló de la evolución de su padre, recordando la severidad con la cual trataba a su numerosa prole y de la cual no estaban ausentes oportunos azotes, pues aquí se concretaba el dicho del Antiguo Testamento: “El que da paz a la vara, odia a su hijo”. Pero los hijos fueron creciendo, se espaciaron los castigos físicos, llegaron los nietos, el pater se volvió más y más dulce y hoy, según dijo: “es un viejo fenómeno”.  

 

VII.-

 

Y ahora, formularemos algunas preguntas, que responderá con sus mismas palabras escritas Tomás Casares:

 

1) ¿Qué piensa Ud. del mundo contemporáneo?

 

-Que se organiza según el modelo del infierno que es -decía Santa Teresa- un lugar en el que no se ama… Es como una encarnación de las legiones que pronunciaron el “non serviam”. Nótese como el liberalismo lo ha organizado todo contra la Obediencia: a la sociedad mediante la negación de toda jerarquía; a la política, mediante la democracia electoral; a la economía bajo el libre juego de todos los intereses; a la familia, mediante el divorcio, la invasión de la autoridad paternal por el Estado, so pretexto de liberar al hijo, y la equiparación de todas las filiaciones; a la educación mediante el laicismo y las pedagogías de la libertad; a la cultura, mediante la negación de toda verdad trascendente e inmutable; al alma de los hombres, en fin, mediante el mito monstruoso de la autonomía del espíritu…La vida de nuestros días es el pecado hecho normalidad.

 

2) Hoy se habla de la importancia de conservar las instituciones políticas; ¿Qué diría de esas instituciones a las cuales hoy se les rinde culto muchas veces?

 

-La idolatría de las instituciones es una consecuencia espuria sacada artificialmente por los usufructuarios electorales del liberalismo… Sólo la llama de la caridad consume en las almas la propia idolatría.

 

3) En nuestros días monseñor Mariano Fazio, vicario del Opus Dei en la Argentina, proclama que en ésta época de crisis debemos retornar a los grandes valores, libertad, igualdad y fraternidad. ¿Está de acuerdo?

 

-Los hombres moldeados en los dogmas de la Revolución Francesa, que no han logrado ser más libres, ni más iguales, ni más hermanos que los del viejo régimen, suelen sin embargo practicar una fraternidad: suelen fraternizar en el odio a la Iglesia.

 

4) ¿Cómo será la plenitud de los tiempos?

 

-Será la plenitud de la Iglesia; una humanidad que sea toda ella cristiandad. Asumida la humanidad por Cristo, todo en la humanidad ha de ordenársele.

 

(Las cuatro respuestas se encuentran en “Catolicismo”, conferencia pronunciada en la Ciudad de Santa Fe, el 29 de junio de 1932).

 

5) En estos días sombríos, ¿qué se puede hacer?

 

-No he de evocar aquí, el satanismo de los tiempos de Apocalipsis de nos toca vivir… La actitud cristiana deberá ser siempre como una réplica a la actitud del mundo. A la agitación pública de las opiniones opongamos la formación de las conciencias y la ordenación sobrenatural de la vida… A la reclamación jactanciosa y siempre insatisfecha de derechos y libertades, opongamos el reconocimiento y la aceptación de los deberes y de la disciplina.

 

(Discurso leído en la Liga de Damas Católicas el 16 de abril de 1932, con motivo del ciclo de conferencias pronunciadas por el P. Julio Meinvielle, en la Parroquia del Santísimo Redentor).

 

          6) El espectáculo de nuestro mundo ¿cómo lo observa?

 

-Como el de un mundo materialista liquidándose a sí mismo. El capitalismo, forma degenerada del legítimo capital, y su adversario, el  socialismo, aspecto económico, parcial y adúltero de la lucha por la justicia, obedecen a una misma ideología, positiva y amoral. Y el esfuerzo pacificador de transacción intentado por algunos socialistas vacilantes, por los capitalistas atemorizados y los gobiernos liberales es una vana ilusión impotente para restaurar la excelsitud sobrenatural que unos y otros desterraron de la sociedad y del espíritu y sin la cual, el mundo es una tienda de mercaderes.

 

(De nuestro catolicismo, Buenos Aires, 1922, p. 26).

 

7) ¿Cuál es el origen de los males contemporáneos?

 

-El humanismo antropocéntrico del Renacimiento promovió un hombre desligado de las condiciones que comportaba su condición en el seno de la Iglesia y de la Cristiandad. El protestantismo lo sustrajo al orden de la Iglesia y la Revolución Francesa al orden de la Cristiandad. Al comunismo, mediante la Revolución Rusa, le incumbió sacar las últimas consecuencias y sustituir a la Iglesia y a la Cristiandad por dos réplicas invertidas de ellas: un estado de espíritu y un estado social impuesto mediante un régimen que comporta la más radical negación de Dios y de todo orden que tenga una razón de ser cristiano” (Universitas, n° 1, Buenos Aires, 1967).

 

8) En este tiempo ¿existe una adulteración del juicio y de la conciencia moral?

 

-Observamos un tipo humano centrado en el triunfo de la informalidad, del absurdo, de la morbosidad, del erotismo y de una violencia para la cual no hay medios vedados, porque a todos sin excepción los considera justificados por el fin que se propone, lo cual es ‘signo’ de una trágica adulteración del juicio y de la conciencia moral en sus mismas raíces. (Orden social, desarrollo y último fin de la experiencia humana, Idearium, Mendoza, 1977).

 

9) Hoy se habla mucho de lo social ¿existe vigor en los grupos sociales?

 

De lo que podríamos llamar la socialidad de la condición humana sólo queda en el mundo actual el espectro de una abstracción, porque los núcleos sociales se han disuelto y las sociedades son como arenales en los que tanto da que cada parte esté donde está o en cualquier otra parte” (Discurso al personal del Poder Judicial), 1/2/1949.

 

10) ¿Qué piensa del positivismo?

 

Que asumió la tarea gigantesca, como todo imposible, y poco feliz de demostrar que la humanidad había vivido en el engaño de creer que el hombre es esencialmente distinto de todos los demás seres. El resultado fue suscitar un tipo humano que casi le dio razón al positivismo (La justicia y el derecho, 4ª, ed., Abeledo-Perrot, 1982). 

 

VIII.-

 

Ahora repasemos un poco el pensamiento político de Casares del cual nos ocupamos en un trabajo titulado: “La filosofía política de Tomás Casares” (Sapientia, Vol. XXXIII, 1977).

 

La filosofía política de Casares no era academicista, sino que se encarnaba en la vida; sentía en su carne y en su sangre una responsabilidad concreta respecto a sus prójimos. Como manifestaciones de la vida, de la conducta humana, surgen los problemas políticos, sociales, económicos, jurídicos, educativos, artísticos, a los cuales debe dar respuestas la filosofía práctica. Cuando no las da, cuando los filósofos eluden su responsabilidad, cuando dan la espalda a su compromiso, quedan los hombres huérfanos de los grandes criterios orientadores.

 

Casares nunca eludió su responsabilidad; para él la vida práctica no estaba dividida en compartimentos estancos. Nunca fue un politólogo, ni un juridicista, economicista o tecnócrata. Sabía, por herencia de la tradición clásica, que en el orden temporal, “lo primero” era la política y que la especie más importante de justicia era la legal, ordenada en forma inmediata al bien común político, que hace posible la realización de las formas de justicia particular.

 

Casares tuvo profundas preocupaciones políticas y reflexionó acerca de la realidad a la luz de los primeros principios políticos y a lo largo de su vida nos legó nos fue dejando por escrito el resultado de sus inquietudes.

 

IX.-

 

Ya en 1927 se ocupa del tema en un artículo acerca de Maquiavelo, en el cual afirma que el fin de la filosofía política será encontrar “el principio jurídico capaz de fundar la organización colectiva más perfecta, correspondiéndole al arte político realizar esa forma aquí y ahora… ¿Cuál es la mejor organización? La más justa, que da y asegura a cada miembro de la colectividad lo que le es propio en la más honda acepción de la palabra, lo indispensable a cada uno para el cumplimiento de su fin esencial” (La política y la moral).

 

Con el advenimiento del cristianismo aparece un nuevo concepto de Estado definido por Casares como “siervo de los siervos de Dios en cuanto se refiere a la organización externa de la sociedad”.

 

Esto se hizo realidad en ese fenómeno político que fue la Cristiandad, arraigada a un orden eterno, porque como afirma Casares al Estado, “sólo la sujeción a una realidad trascendente puede darle contenido. Y si se desarraiga de ella queda solo la voluntad gubernativa cuyo fin no puede ser otro que la imposición del propio arbitro”.

 

Fue lo que sucedió en la modernidad y Casares señala una importante correspondencia: “la doctrina moderna del Estado fundada en la soberanía del pueblo respondió como un eco fiel a la doctrina de la autonomía individual, instaurada por la Reforma… de aquí la perenne disposición a la rebeldía de los súbditos y la exaltación de la fuerza estatal para imponer un orden que se hace cada día se hace más difícil en el caos de las individuales autonomías desorbitadas”.

 

En la “religión del hombre” que ha desatado en el mundo todos los egoísmos encuentra Casares el origen de los graves desórdenes de nuestra época y afirma que “el proceso de laicización de todas las manifestaciones de la cultura y de todas las instituciones del orden temporal, es la consecuencia dialéctica de esa religión sustitutiva que concibe a la naturaleza humana como una libertad sustancial y soberana, y erige consecuentemente Al hombre en fin absoluto de si mismo” (Plenitud del derecho, Universitas, 1, 1967, p. 25).

 

El agnosticismo del Estado liberal, caracterizado por su capitalismo individualista y su teórico igualitarismo, tuvo su respuesta en el mesianismo marxista con sus promesas de redención secular; sin embargo, mediante el comunismo se tradujo en tiranía ideológica, capitalismo de Estado y reacomodamiento clasista. Respecto a la cuestión, afirma Casares que “la revolución comunista de 1917 saca las últimas consecuencias dialécticas de las premisas puestas por el humanismo antropocéntrico de la libertad suscitando una mística en la que se conjuga el más intrínseco y riguroso ateísmo con una ordenación de la vida individual, de la sociedad y del Estado que es la réplica invertida -pervertida- de la Iglesia y de la Cristiandad, donde la soberanía de la verdad es sustituida por una soberanía de la libertad que hace de su régimen jurídico un absoluto en el que se da al Estado puro la justificación en sí mismo de todos los actos de poder” (Plenitud del derecho, ps. 26/27).     

 

X.-

 

         De la actuación de Casares en la Corte Suprema de Justicia nos ocupamos en un trabajo titulado “Tomás Casares, Juez” (publicado en Prudentia Iuris, n° 2 Buenos Aires, diciembre de 1980).

 

         El conjunto de los fallos, que ahora no podemos considerar muestran la firmeza de un pensamiento encarnado en la jurisprudencia en torno a una serie de temas fundamentales: la Nación, las funciones de la autoridad judicial, la guerra, los derechos individuales y el bien común, la estructura natural de la sociedad, la familia legítima y la subordinación de la vida económica al bien común.

 

XI.-

 

          Como esto se está haciendo un poco largo, entendemos que es tiempo de ir concluyendo.

 

           Y de pronunciarnos contra el Casares “light” que algunos fabricaron, contra el Casares que sirve como ornamento y no molesta a nadie, contra el Casares reducido a sus estratos superficiales en razón de la exquisita suavidad de sus modos, nosotros reivindicamos al Casares de la firmeza interior, de la voluntad templada como el acero; al Casares paciente y resistente ante los embates del destino, mal Casares de la hondura y de la densidad. Para decirlo con palabras de Saint-Exupéry, al Casares firme como “la roda de la pros de un navío, que a pesar de la demencia del mar, retorna inexorable a su estrella”.

 

          Esta firmeza está representada por su ex libris escrito en latín: In Hoc Signo Vincis, con este signo vencerás, recordado en “La canción del Signo victorioso” de ese poeta del riñón de los Cursos, con quien aprendimos a escribir, que fue Miguel Angel Etcheverrigaray:

 

“Aunque te creas derrotado

con este signo vencerás,

politeísmo fracasado,

sólo con Uno triunfarás.

Los dioses son camino andado,

                                      polvo de tierra y nada más.        

Yo soy Aquel que bien te ama

y con mi signo vencerás”.

 

Bernardino MONTEJANO, octubre 12 de 2014.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Una Antorcha Encendida (Primera Parte)

Una Antorcha Encendida (Tercera y última parte)

A Noventa Años del Comienzo del Apostolado Parroquial del Padre Julio Menvielle