¿QUIÉN ES EL SACERDOTE?





 Hoy es un día especial, ya que conmemoramos los 49 de la Ordenación Sacerdotal del Padre Carlos Lojoya y por eso hemos querido volver a meditar sobre el don del sacerdocio, que Dios ha querido darle al padre Carlos y del cual mucho de nosotros nos beneficiamos en forma directa o indirecta. Me comunicaba con los que realizan una enorme litúrgica, promoviendo la música sacra en San Luis y me decían que habían oído hablar del Padre Carlos por su párroco ya fallecido, con gran entusiasmo y admiración. Ha sembrado y no tenemos dudas. 

Pero pobre es nuestra pluma, para escribir sobre tan maravilloso tema, por eso nos parece oportuno rendir nuestro homenaje con este texto, extraído de "Don y Misterio" de San Juan Pablo II, ojalá sea de provecho a los seglares para reconocer el don inmenso que Dios ha dejado a la Iglesia, mas allá de los hombres, pues como decía nuestro párroco, "hay que creer en el sacerdocio y no en los curas". Para los sacerdotes que han sido bendecidos por Dios de tal manera, no como una casta en un sentido humano, sino separados para lo sagrado. ¡Gran responsabilidad para sus pobres almas! La Gracia está con ustedes y nuestro compromiso de rezar por ello siempre. Para aquellos que quizás han escuchado la vocación y sienten que se sacerdote, es solo hacer acción social y no se animan a dar su Fiat, su Sí, que este texto y los santos sacerdotes que ya están en el Cielo los ayuden a tomar la decisión y fortalezcan en el discernimiento y el camino. 

Comprometamos nuestra oración por los sacerdotes y las vocaciones, "no hay Eucaristía sin sacerdocio"

El Caballero de Nuestra Señora

En este testimonio personal no puedo limitarme al recuerdo de los acontecimientos y de las personas, sino que quisiera ir más allá para fijar la mirada mas profundamente, como para escrutar el misterio que desde hace cincuenta años me acompaña y me envuelve.

¿Qué significa ser sacerdote? Según San Pablo significa ante todo ser administrador de los misterios de Dios: "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles'' (1 Co 4, 1-2). La palabra "administrador" no puede ser sustituida por ninguna otra. Está basada profundamente en el Evangelio: recuérdese la parábola del administrador fiel y del infiel (cf. Lc 12, 41-48). El administrador no es el propietario, sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que los gestione con justicia y responsabilidad. Precisamente por eso el sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos debidamente entre las personas a las cuales es enviado. Se trata de los bienes de la fe. El sacerdote, por tanto, es el hombre de la palabra de Dios, el hombre del sacramento, el hombre del "misterio de la fe''. Por medio de la fe accede a los bienes invisibles que constituyen la herencia de la Redención del mundo llevada a cabo por el Hijo de Dios. Nadie puede considerarse "propietario'' de estos bienes. Todos somos sus destinatarios. El sacerdote, sin embargo, tiene la tarea de administrarlos en virtud de lo que Cristo ha establecido.

Admirabile commercium!

La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un "maravilloso intercambio" -admirabile commercium- entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el misterio de este "intercambio" no se logra entender como puede suceder que un joven, escuchando la palabra ''¡sígueme!'', llegue a renunciar a todo por Cristo, en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente.

¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día in persona Christi el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la Cruz? En este Sacrificio, por una parte, está presente del modo más profundo el mismo Misterio trinitario, y por otra está como "recapitulado'' todo el universo creado (cf. Ef 1, 10). La Eucaristía se realiza también para ofrecer "sobre el altar de la tierra entera el trabajo y el sufrimiento del mundo'', según una bella expresión de Teilhard de Chardin. He ahí por qué, en la acción de gracias después de la Santa Misa, se recita también el Cántico de los tres jóvenes del Antiguo Testamento: Benedicite omnia opera Domini Domino... En efecto, en la Eucaristía todas las criaturas visibles e invisibles, y en particular el hombre, bendicen a Dios como Creador y Padre y lo bendicen con las palabras y la acción de Cristo, Hijo de Dios.

Sacerdote y Eucaristía

"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (...) Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar'' (Lc 10, 21-22). Estas palabras del Evangelio de San Lucas, introduciéndonos en la intimidad del misterio de Cristo, nos permiten acercarnos también al misterio de la Eucaristía. En ella el Hijo consustancial al Padre, Aquel que sólo el Padre conoce, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación. En la Eucaristía Cristo devuelve al Padre todo lo que de El proviene. Se realiza así un profundo misterio de justicia de la criatura hacia el Creador. Es preciso que el hombre de honor al Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza, todo lo que de El ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que solamente él, entre todas las otras realidades terrestres, puede reconocer y saldar como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta sus límites de criatura y el pecado que lo marca, el hombre no sería capaz de realizar este acto de justicia hacia el Creador si Cristo mismo, Hijo consustancial al Padre y verdadero hombre, no emprendiera esta iniciativa eucarística.

El sacerdocio, desde sus raíces, es el sacerdocio de Cristo. Es El quien ofrece a Dios Padre el sacrificio de sí mismo, de su carne y de su sangre, y con su sacrificio justifica a los ojos del Padre a toda la humanidad e indirectamente a toda la creación. El sacerdote, celebrando cada día la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida.

In persona Christi

Las palabras que repetimos al final del Prefacio -"Bendito el que viene en nombre del Señor...''- nos llevan a los acontecimientos dramáticos del Domingo de Ramos. Cristo va a Jerusalén para afrontar el sacrificio cruento del Viernes Santo. Pero el día anterior, durante la Ultima Cena, instituye el sacramento de este sacrificio. Pronuncia sobre el pan y sobre el vino las palabras de la consagración: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros (...) Este es el cáliz de mi Sangre, de la nueva y eterna alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía''.

¿Qué "conmemoración"? Sabemos que a esta palabra hay que darle un sentido fuerte, que va más allá del simple recuerdo histórico. Estamos en el orden del "memorial" bíblico, que hace presente el acontecimiento mismo. ¡Es memoria-presencia! El secreto de este prodigio es la acción del Espíritu Santo, que el sacerdote invoca mientras extiende las manos sobre los dones del pan y del vino: "Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros el Cuerpo y Sangre de Jesucristo Nuestro Señor". Así pues, no sólo el sacerdote recuerda los acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, sino que el Espíritu Santo hace que estos se realicen sobre el altar a través del ministerio del sacerdote. Este actúa verdaderamente in persona Christi. Lo que Cristo ha realizado sobre el altar de la Cruz, y que precedentemente ha establecido como sacramento en el Cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. En este momento el sacerdote está como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la Ultima Cena.



Mysterium fidei

Durante la Santa Misa, después de la transubstanciación, el sacerdote pronuncia las palabras: Mysterium fidei, ¡Misterio de la fe! Son palabras que se refieren obviamente a la Eucaristía. Sin embargo, en cierto modo, conciernen también al sacerdocio. No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no hay sacerdocio sin Eucaristía. No sólo el sacerdocio ministerial está estrechamente vinculado a la Eucaristía; también el sacerdocio común de todos los bautizados tiene su raíz en este misterio. A las palabras del celebrante los fieles responden: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús''. Participando en el Sacrificio eucarístico los fieles se convierten en testigos de Cristo crucificado y resucitado, comprometiéndose a vivir su triple misión -sacerdotal, profética y real- de la que están investidos desde el Bautismo, como ha recordado el Concilio Vaticano II.

El sacerdote, como administrador de los ''misterios de Dios", está al servicio del sacerdocio común de los fieles. Es él quien, anunciando la Palabra y celebrando los sacramentos, especialmente la Eucaristía, hace cada vez más consciente a todo el Pueblo de Dios su participación en el sacerdocio de Cristo, y al mismo tiempo lo mueve a realizarla plenamente. Cuando, después de la transubstanciación, resuena la expresión: Mysterium fidei, todos son invitados a darse cuenta de la particular densidad existencial de este anuncio, con referencia al misterio de Cristo, de la Eucaristía y del Sacerdocio.

¿No encuentra aquí, tal vez, su motivación más profunda la misma vocación sacerdotal? Una motivación que está totalmente presente en el momento de la Ordenación, pero que espera ser interiorizada y profundizada a lo largo de toda la existencia. Sólo así el sacerdote puede descubrir en profundidad la gran riqueza que le ha sido confiada. Cincuenta años después de mi Ordenación puedo decir que el sentido del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese Mysterium fidei. Esta es la magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la respuesta que requiere tal don. ¡El don es siempre más grande! Y es hermoso que sea así. Es hermoso que un hombre nunca pueda decir que ha respondido plenamente al don. Es un don y también una tarea: ¡siempre! Tener conciencia de esto es fundamental para vivir plenamente el propio sacerdocio.

Cristo, Sacerdote y Víctima

A través de las Letanías que había costumbre de recitar en el seminario de Cracovia, especialmente la víspera de la Ordenación presbiteral, he tenido siempre presente la verdad sobre el sacerdocio de Cristo. Me refiero a las Letanías a Cristo Sacerdote y Víctima. ¡Qué profundos pensamientos provocaban en mí! En el sacrificio de la Cruz, representado y actualizado en cada Eucaristía, Cristo se ofrece a sí mismo para la salvación del mundo. Las invocaciones litánicas recorren los diversos aspectos del misterio. Me recuerdan el simbolismo evocador de las imágenes bíblicas que están entretejidas. Me vienen a los labios en latín, como las he recitado en el seminario y después tantas veces en los años sucesivos:

Iesu, Sacerdos et Victima,
Iesu, Sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech, ...
Iesu, Pontifex ex hominibus assumpte,
Iesu, Pontifex pro hominibus constitute, ...
Iesu, Pontifex futurorum bonorum, ...
Iesu, Pontifex fidelis et misericors, ...
Iesu, Pontifex qui dilexisti nos et lavisti nos a peccatis in sanguine tuo, ...
Iesu, Pontifex qui tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam, ...
Iesu, Hostia sancta et immaculata, ...
Iesu, Hostia in qua habemus fiduciam et accessum ad Deum, ...
Iesu, Hostia vivens in saecula saeculorum.

(EI texto completo de las Letanías se encuentra en el Apéndice)

¡Cuánta riqueza teológica hay en estas expresiones! Se trata de letanías profundamente basadas en la Sagrada Escritura, sobre todo en la Carta a los Hebreos. Es suficiente releer este pasaje: "Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, (...) penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros (...) santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!" (Hb 9, 11-14). Cristo es sacerdote porque es el Redentor del mundo. En el misterio de la Redención se inscribe el sacerdocio de todos los presbíteros. Esta verdad sobre la Redención y sobre el Redentor está enraizada en el centro mismo de mi conciencia, me ha acompañado en todos estos años, ha impregnado todas mis experiencias pastorales y me ha mostrado contenidos siempre nuevos.

En estos cincuenta años de vida sacerdotal me he dado cuenta de que la Redención, el precio que debía pagarse por el pecado, lleva consigo también un renovado descubrimiento, coma una "nueva creación", de todo lo que ha sido creado: el redescubrimiento del hombre como persona, del hombre creado por Dios varón y mujer, el redescubrimiento, en su verdad profunda, de todas las obras del hombre, de su cultura y civilización, de todas sus conquistas y actuaciones creativas. Después de mi elección como Papa, mi primer impulso espiritual fue dirigirme a Cristo Redentor. Nació así la Encíclica Redemptor hominis. Reflexionando sobre todo este proceso veo cada vez mejor la íntima relación que hay entre el mensaje de esta Encíclica y todo lo que se inscribe en el corazón del hombre por la participación en el sacerdocio de Cristo.



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