Las Promesas se Cumplen

 




“Seré refugio seguro, durante la vida, pero en especial en la hora de la muerte”.

“Las personas que propaguen ésta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón”. “Concederé la gracia de la perseverancia final a quienes comulguen

 nueve primeros viernes de mes seguidos”.

 

Reproducimos aquí algunas de las promesas que el Sagrado Corazón de Jesús hizo a Santa Margarita María de Alacoque. Muchas veces estas promesas se toman a la ligera en los nuevos tiempos eclesiales de espiritualidad vana, quizás hasta se piense que puede ser parte de “supercherías”, de misticismos irreales y no de una expresión del amor de Dios que mueve a las almas hacia una devoción profunda y a la mirada puesta en el destino final del hombre, el Cielo. Hoy, cuando parece que la única devoción posible es la acción social maifestandose manifiesta una especie de devoción hacia el hombre no en tanto criatura, sino en tanto dios, borrando más hermoso que tiene que es la dignidad de creatura de Dios. Sin embargo, en estas tres promesas quedan claro el destino del hombre, un destino trascendente y que tiene la morada del Cielo como morada permanente y nuestro estar en el tiempo es un peregrinar hacia ese destino final, donde todos deberíamos esperar reposar sobre ese Corazón amado y amante de Jesús, como lo hizo Juan.

Son muchos a lo largo de la historia los que han esperado y otros tantos siguen haciéndolos, guiados por buenos sacerdotes y catequistas, algunos conocidos y puestos por la Iglesia como modelos de que ese camino es posible y real. Millones de almas  han alcanzado el Cielo por esta gracia del Sagrado Corazón y cuyo nombres están inscriptos y son conocidos por Cristo, que es el único que los tiene que conocer, pobres de nosotros si un día El nos desconoce.

En este artículo queremos contar como las promesas del Señor se cumplen, queremos dar testimonio de ello para ayudar a propagar la fe y la devoción, para seguir haciendo lo que la “protagonista” de este escrito hizo durante su vida.

Digamos primero, que esta devoción llega de la España Católica y se expande en todas nuestras tierras. Como en la Madre Patria, son pocos los Templos donde no hay una imagen de Sagrado Corazón y una ciudad que no tenga (tenía) una imagen en sus plazas o calles. En una época, eran no pocos los hogares donde estaba entronizado en un lugar de privilegio, costumbre que quedó aún en familias o en casas de “no practicantes”, que no siempre es gente sin fe.  Incluso en algunos hogares se hacía con toda solemnidad y hasta con recordatorios, estos han llegado a mis manos en algún desarme de departamento familiar.

Corrían los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, cuando dos mujeres viudas ellas comienzas a ser miembros del Apostolado de la Oración, gloriosa institución de la Iglesia que tiene (o tenía ya que está casi desaparecida) como objetivo que sus miembros ofrezcan “a Dios con amor sus quehaceres de cada día, y (unidos) a Cristo “ofrezcan su vida por la salvación de la humanidad”. Como sabemos la acción redentora de Cristo tiene su punto culminante en la Cruz y este Misterio de Fe se actualiza como un solo Calvario en el Santo Sacrificio de la Misa, por eso los miembros del Apostolado participaban activamente, pero en especial los primeros viernes y todos los viernes, como volviendo a aquel Viernes donde la humanidad fue rescatada por la Sangre del Cordero, donde del Costado brotó la Salvación al atravesar la lanza el Corazón de Jesús. La participación del Sacrificio Eucaristíco era para los miembros algo primordial, como lo era dedicar sus oraciones mensuales a las intenciones que el Sumo Pontífice proponía (lo sigue haciendo) cada mes del año. Los miembros de estos grupos se destacaban por participar en la Misa con un escapulario con una cinta Roja en honor al Sagrado Corazón y ese amor se expresaba especialmente en la visita a los enfermos, haciendo presente el amor de Dios en aquellos necesitados de ese amor.

Esa visita a los enfermos se mantuvo, en estas dos mujeres, aun cuando las rodillas ya no les permitían caminar bien y sólo terminó, para una de ellas cuando la leucemia la dejó postrada durante dos años y medio.

Nos referimos a la señora de Fermoso y la Sra. Amelia Caso de Grecco, mi abuela, dos mujeres que vivieron firmes el amor del Sagrado Corazón y lo pregonaron. Presidente y vice alternativamente del Apostolado de la Oración de la noble y recordada San Bernardo, donde el Sagrado Corazón se yergue en su pórtico con Señorío y ternura a la vez, como bien lo ha expresado Marechal, cuando en su Adán Buenos Ayres le presenta como “el Cristo de la Mano Rota”: “Allá, sobre el pórtico de San Bernardo, el Cristo de la Mano Rota contemplaba la calle desde sus alturas; y una paloma de buche tornasol dormía sobre su cabeza, de tal modo que su cabeza parecía el recostadero natural de la paloma. ¿Qué tenía en su mano de cemento, en aquella mano rota quizá de una pedrada? Un corazón o un pan. Día y noche lo está ofreciendo a los hombres de la calle. Pero los hombres de la calle no miran a lo alto: miran al frente o al suelo, como el buey. ¿Y yo?.”

Amelia y la Señora de Fermoso no sólo miraban a lo alto, sino que se abrazaron al amor que brotaba de aquel Corazón amante y le llevaron a sus casas y a aquellos hogares que visitaron, en especial a esas almas cuyos cuerpos estaban enfermos, a ellos le llevaron el refugio y la misericordia del Corazón Salvador.

Amelia vivió y sufrió con hidalguía su propia enfermedad, estoy seguro que ofreciéndolo al Señor por tantas cosas, en especial por sus hijos y nietos, el mayor, el “preferido”, el ahijado es hoy sacerdote. El Señor siempre es fiel y cumple las promesas, en ella la cumplió de manera hermosa y  evidente para todos nosotros que por la gracia podemos ver la acción misteriosa del Señor en los momentos más difíciles, valiéndose de vasijas de barro, de instrumentos para llevar adelante su obra de Amos, para cumplir su promesa. Es esta la historia que hoy quiero contarles, la historia de un Sagrado Corazón que cumple y no abandona a sus hijos más fieles, Él es siempre buen pagador.

Corría febrero de 1980 y Amelia fue internada en el Sanatorio Antártida y su estado no era el mejor. En la noche del dieciocho al diecinueve no la paso muy bien y su nuera, mi madre, que la había cuidado y visto sus padecimientos y que, como siempre le ha pasado, intuía el final, le dice a mi tía que sería bueno traerle un sacerdote, si bien mi tía ya había dejado atrás los días de Hija de María, no había enterrado su fe y conocía muy bien la fe de Amelia, por lo que no duda en decir que sí. Como un rayo, sale presta mi madre madre en busca del capellán del sanatorio y un seglar, con esa manía particular que tenemos de ser más autoridad que el sacerdote, le dice “el padre es para la obra social….” Mi madre, una mujer sumamente dulce pero sumamente firme que nunca se dejó amedrentar, sabiendo de que tenía las razones responde dulce pero irónicamente: “los sacerdotes son para todos los católicos”, consciente del valor del sacerdocio ministerial y de la universalidad de su ministerio y salió en busca de otro sacerdote en dos lugares más, dado que le pareció infructuosa la segunda intentona no dudo en una tercera. Era menester, era urgente la presencia del Ministro de Dios.  

Sobre las nueve de la mañana más o menos, ingresa un hombre a la habitación con uniforme  medicinal, sin ninguna otra divisa que hiciera pensar que no fuera un enfermero o un médico. Ninguno de los que estaban en la habitación lo identificaron, salvo Amelia que al solo verlo entrar y oir su saludo, devuelve el mismo, ante la mirada atónita del resto, con este saludo: “Buenos días, padre”. Reconocía al sacerdote que venía a darle el alivio final, era el instrumento del Sagrado Corazón que venía a ser refugio especial en aquella hora, tal lo había prometido y ahora Jesús venía a cumplir la promesa que había hecho a todas las almas de la humanidad, en la persona de Santa Margarita María de Alacoque.

 Amelia confesó y recibió los sacramentos, estaba ya preparada para encontrar al Esposo, pero el Corazón de Jesús no se deja ganar en generosidad y amor. La búsqueda de mi madre había dado frutos en demasía y pasado un rato ingresó otro sacerdote a quien recibió con cariño y que la hizo rezar, ya que había recibido los sacramentos hacía un ratito. Pensaras lector que ya se acaba la historia, pero no, un tercer sacerdote vino a consolar su alma, uno de los tres incluso alegró su corazón no solo con la gracia, sino humanamente con un truco de magia. Escribiendo esto me vino a la cabeza la Santísima Trinidad, como si en estos tres sacerdotes hubiesen sido emisarios de Ella. El amor de las Personas Divinas, que parece querían acercarse a Amelia, en el trance final de su destierro y consolar a su familia.

imagen venerada en la Parroquia de San Bernardo


Entre las diez y diez y media de aquel martes 19 de febrero, Amelis rendía su alma al Esposo. Yo tenía casi nueve años, apenas e igual sentí la seguridad de que mi abuela entraba al Cielo, con los años conociendo todo esto, no dude más. Aunque no dejo de rezar por su alma, tengo esa seguridad no por sentimentalismo mundano, sino por confianza en el Sagrado Corazón que es fiel. Creo con toda firmeza que como  San Juan, Amelia ha recostado si alma en el pecho del Señor y desde allí le susurra oraciones por nosotros. 

No nos cabe duda Jesús es fiel y por eso podemos afirmar desde la fe pero con el testimonioque siempre el Señor cumple sus promesas.

 Supla la Gracia la deficiencia de la pluma

Marcelo Grecco

24 de junio de 2022

Fiesta del Sagrado Corazón

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