In Memoriam: Domingo Liberato Grecco

 


In Memoriam 

Marcelo Grecco 

El nueve de septiembre al morir mi padre lo despedí con las palabras de un hijo agradecido. Hoy, quiero despedir a Domingo Liberato Grecco, el patriota, el camarada, el maestro. A aquel que me enseño el amor por la Patria, no con palabras sino con obras. A quien que me legó una visión católica de la política y me enseñó a ser, con mis debilidades, un católico nacionalista. Él fue para mí, como para él fue su primo Juan Carlos De Lellis, el guía que me condujo a este gran movimiento. 

Fue parte de una generación gloriosa que tuvo el privilegio de formarse con los mejores, de enfrentar los desafíos de la Patria. De muy chico se interesó por el Bien Común y a pesar de perder a su padre a los once años siempre recordaba las charlas con él, a pesar de tenían una visión distinta. Mi abuelo tenía una visión más social que socialista, como le gustaba decir a él, de la realidad y en mi padre ya estaban las semillas de su nacionalismo. Sin embargo, en esas conversaciones hizo sentencias que, a la luz de los acontecimientos de los casi ochenta años que separan de su muerte, fueron muy certeras. Tan certeras que Domingo no solo no las olvidaba, sino que permanentemente las recordaba y me las contaba. En este último tiempo, las recordaba especialmente, pues veía que el porvenir de la Patria tiene un oscuro futuro, aunque él, como el padre Menvielle, nunca dejo de tener la esperanza, sobre todo en la Virgen María. 

Sin haber culminado su secundario se ha dedicado a estudiar y a leer a los mejores. Gálvez, Marechal, Hugo Wast, Doll, Ibarguren, Castellani, Menvielle (con quien trabajo en la biblioteca del APV), Ezcurra Medrano, Palacios, Anzoátegui y varios más, entre los que no pueden faltar los dos mártires de Cristo a manos de los enemigos de la Patria, Sacheri y Genta.  

 Las revistas más significativas del nacionalismo ocupan un lugar en su biblioteca. Destacan, Segunda República, Azul y Blanco, Jauja y fundamentalmente Cabildo, desde su fundación en la década del 70, también aquellas que la reemplazaron cuando sufrió sendas censuras: El Fortín, Restauración y Memoria. 

Es Cabildo testigo de la historia de una época muy dura y poco comprendida, es también luz para muchas de las cosas que hoy vivimos en lo eclesiástico y en lo político. Mi padre me acercó a su lectura de muy joven. El hizo suyo sus lemas, “Por la Nación, contra el Caos” y “Alguien tiene que decir la Verdad”, de algo que hizo honor, aunque le valiera que lo tildaran de loco extraños y propios. Ciertamente no calló la verdad nunca, entendía que “callarla era más grave que mentir, porque la mentira se descubre más fácil, ocultar la verdad era más grave porque dejaba en el engaño”, según el mismo lo ha escrito en alguna carta. 

Tenía claro lo del gobierno mundial, hace muchos años lo decía y aunque algunos le consideraban loco por eso o por aquello de que vamos a una guerra civil, lo cual ha llegado porque como dice Carlos M Acuña, si caminamos desconfiando (no sin razones) de todos los que están a nuestro alrededor ya estamos en guerra civil. Nada de lo que decía hace muchos años no se ha ido dando lentamente. 

También estaba la Revista Masonería de Maguirre quien desbarato la infinidad de mentiras contra San Martín y dejo al descubierto a varios de los que destruyeron la Argentina. 

Las luchas lo tuvieron como protagonista, vivió su juventud en épocas donde la Patria y la fe se vio amenazada y sufriente y ahí estuvo donde la Iglesia y la Patria lo requería. No lo doblegaron en sus pensamientos y supo renunciar a un partido, cuando este apoyo a posturas masónicas y marxistoides. De joven descubrió la gran mentira del voto universal por la que se elige a los más hábiles para convencer y muchas veces los más inútiles. 

En plena dictadura marchó por Florida para repudiar la privatización de Aerolíneas, tenía una visión clara del estado y sus obligaciones en pos del bien común temporal, pero sobre todo espiritual del pueblo.  

Mi recuerdo cuando participamos juntos, en aquel 20 de Noviembre, día de la soberanía, del el gran acto contra la entrega en el del Bleage que el gobierno Alfonsinista realizó convalidando la infamia de los que informaron al Papa erróneamente a designio y con malicia del gobierno militar. En el plebiscito democrático que, a través del miedo obtuvo en la urna el apoyo para la entrega, una vez más, de una porción de la Patria, como bien lo describe Cabildo en uno de sus números que mi padre me dio para que llevara a la clase de historia años más tarde y que fuera bien recibido por la profesora. Como no recordar, aquella plaza colmada del nacionalismo católico, aquel sonoro canto contra el canciller cipayo, cantico por cierto que nos valdría hoy la intervención del Inadi, pues rimaba con su apellido cierta conducta anti naturat Y, por supuesto, las encendidas palabras de Don Ricardo enardecían el corazón patriótico.

Junto a mi madre libró las batallas por la familia, no solo en el ámbito público sino también en el privado. No dudando en golpear las puertas de los colegios, cuando entendía que había algo que no correspondía a un colegio católico, como la distribución de aquella nefasta revista El Mensajero de San Antonio de tilde bien marxista que destruyó a más de una generación de Católicos. Animó mi participación en el Congreso para la ley de Educación en los 80, cuando tuvimos que enfrentarnos a extraños y, lamentablemente a los católicos mediocres formados por el progresismo canceroso que ha enfermado el cuerpo eclesial. Apoyó a su hijo cuando este debió denunciar a las autoridades del colegio a un profesor que quería corromper a todos los chicos con una precursora de la ESI y no dudo en difundir la buena doctrina entre los maestros de sus hijos, como aquella maestra a la que acercó Camperas del gran Castellani. 

 

Cuando un animal insultó a la Virgen, no dudó en acompañar a los Jóvenes Jacistas de Buenos Aires, que rezaban públicamente frente a canal 2 el Santo Rosario en reparación por las blasfemias, quizás recordando sus tiempos juveniles donde muchos de sus dirigentes sufrieron la cárcel por defender la Verdad. Aquel Corpus de junio del 55 lo tuvo entre los miles y miles de fieles que desde fuera de la Catedral adoraban al Señor, porque se había prohibido la Procesión pública y luego caminó por Avenida de Mayo, Callao y Corrientes con toda esa marea humana en defensa de la fe.  

Eran tiempos donde no había penetrado toda esta ideología de la renuncia, que hoy se llama “cultura del encuentro”. “La legión”, “la moderna cruzada” de la Acción Católica, todavía intentaba “forjar la patria viril del mañana” y luchaba “con tesón por el triunfo de Cristo, su Rey”. Él lo hizo en su tiempo y al ver aquellos jóvenes volvía esa fuerza de su juventud, garra que mantuvo hasta los últimos días. 

En su corazón estaba la hispanidad y aunque de sangre italiana, amó España y lo que ella le llegó a la Patria, en especial la Fe, el amor al Sagrado Corazón y la Devoción a la Virgen. Admiraba la lucha de quienes defendieron con su propia sangre todo lo que la hispanidad tenía y que la República masónica intentaba destruir. Leía y releía todo sobre la verdad en aquella época en la que España vio amenazada y luego salvada su esencia. No dudaba embanderar su casa con los colores de Argentina, de España y de la Iglesia. Tres banderas de un solo amor, la Cristiandad. 

En el último tiempo le dolía la Patria, en especial por sus nietos, sabía que venían tiempos difíciles y sufría frente a esta última elección, donde quedó muy claro a los caminos de locura a la que lleva la dictadura de las urnas.   

El Señor le dio el descanso en una paz increíble, que haga brillar para él la vida eterna y a nosotros nos niegue el descanso, la tranquilidad y la paz, mientras no lleguemos a restaurar la Cristiandad en nuestra Patria. 

Permítanme, entonces, que le despida con el grito fuerte que se les hace a los guerreros, a los patriotas:  

¡Domingo Grecco! 

¡Presente! 

En la Ciudad de la Santísima Trinidad, trece de octubre de dos mil veintitrés, última aparición de Nuestra Señora de Fátima y octogésimo noveno aniversario del Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires y de su natalicio, luego de recibir, el día anterior en el vientre materno, la bendición del Cardenal Legado, luego Pío XII. 

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