A Veinticinco Años.
Hace
veinticinco años, a punto de ir a mi trabajo y viendo el noticiero en la
madrugada de aquel sábado 28 de febrero, recibía un “balde de agua fría”, que
confirmado más tarde con la oficina de AICA fue uno de los días más tristes de
mi vida eclesial. Había muerto mi arzobispo, a quien consideraba mi padre y
párroco, ya que desde la muerte del padre Carlos Lojoya nos había alcanzado,
con la comunidad de la Visitación, la orfandad espiritual y comenzamos a
“errar” por las parroquias de Buenos Aires, sin poner ancla en ninguna. Fue así
como me bauticé, “laico errante de Buenos Aires”[1], aunque esto hiciera reír a más de un clérigo. Siendo de alguna manera fiel de la gran parroquia de la Arquidiócesis con el Cardenal
Quarracino como nuestro pastor.
Para muchos, el
Cardenal era un personaje controvertido. Sin duda, su recorrida pastoral ha
tenido aciertos y errores. Sin embargo, en mi corazón le reconozco como el
mejor de los cuatro arzobispos que conocimos en Buenos Aires, teniendo en
cuenta las características medias del episcopado argentino. Pasarán muchos
años, hasta que tengamos un Obispo de su talla en la cátedra porteña. Muchos y largos
años, sobre todo si consideramos los nombramientos de los últimos años, donde
se ha hipotecado el futuro episcopal y eclesial, dado la destrucción de la
formación en los seminarios, incrementada en los últimos años con ciertas
intervenciones y cierres.
El mismo
Cardenal habla de los homenajes luego de la muerte y los califica de: “desinteresados,
una expresión libre y un signo de la permanencia en el recuerdo y en el afecto”.
Queremos hacerlo así, pero para que el
mismo sea en justicia habrá que verlo en perspectiva y considerar los aciertos
y errores contextualizando su vida, que sin duda ha transcurrido en uno de los
momentos más difíciles de la Iglesia, precursores de la noche oscura actual. Un
tiempo de grandes confusiones, esa es sin duda es la gran diferencia con este
tiempo, donde ya no hay lugar para las medias tintas y muchos se han sacado
definitivamente las caretas. Creo estar convencido en qué lado estaría el
Cardenal hoy.
El Cardenal es
de esa generación sacerdotal y episcopal que vivieron una época de profundas
confusiones, donde se confrontaba el modernismo con la verdadera doctrina, una
época donde el Magisterio era claro, pero donde ya se filtraba el error en los
seminarios. El Concilio Vaticano II desató, no por sus documentos, un invierno
eclesial. El define este tiempo como un tiempo de “impertinencias y (…)
alocados excesos de quienes confundieron renovación con destrucción”[2],
tiempos en que los “contenidos esenciales de la fe (fueron) azotados por un
vendaval de ideas peregrinas y errores heréticos”, con “crisis sacerdotales y
religiosas (que abrieron) llagas tan dolorosas en la Iglesia”[3].
No escapó a
todo aquello y por eso hubo de participar en el llamado Concilio de Quilmes,
tuvo que suceder al Obispo disidente Podestá en Avellaneda luego del escándalo.
Acá en Buenos Aires le conocimos en una línea menos progresista, fundamentalmente
conservando el tesoro de la fe. Aunque no debemos olvidar que presidía el episcopado argentino, que ya tomaba un perfil más progresista, herencia de Primatesta, cuando se logran los números necesarios para solicitar
a Roma el indulto que introduce el peor fruto de la desobediencia posconciliar,
la comunión en la mano. Este lamentable suceso eclesial tuvo al Cardenal como
protagonista, pues como presidente de la Conferencia Episcopal tomo a su cargo
la difusión de esta forma de comulgar, más allá que el episcopado nunca cambió
la forma ordinaria de recibir la comunión, de pie y en la boca con una reverencia[4].
Recordemos que solo una diócesis mantuvo la forma habitual y no permitía la
comunión en la mano, hasta la llegada del último Obispo con expresas ordenes de
cambiar todo.
Permitió que alcanzaran el episcopado Héctor Aguer, Mario Bergoglio, Rubén Frassia, Raúl Omar Rossi y José Luis Mollaghan. Rossi llega a la plenitud del sacerdocio por ser quien seguía en la terna, digamos por descarte, ya que una denuncia sin sentido de un laico “de buena línea” le cerró las puertas de la plenitud sacerdotal a un gran sacerdote, según el testimonio de un sacerdote de mi entera confianza. Según algunas declaraciones que ha hecho el Papa francisco, estamos cada día más seguros que el episcopado de Bergoglio fue manipulado desde algún sector y no por acción directa del Cardenal, que era un hombre que escuchaba los consejos de todos. Aunque sin duda dio el visto bueno para que sea él quien lo suceda. ¿Habrá caído como tantos en los encantamientos del personaje? Muchos pronto se fueron desencantando a medida que mostraba su verdadero rostro, algo que el Cardenal Quarracino no ha podido hacer con ojos terrenos. Destaquemos que estos nombramientos marcan su camino entre las dos grandes corrientes de la Iglesia.
En el gobierno
pastoral de la Arquidiócesis, el pronto nombramiento de Monseñor Miras como
Vicario General inclinó la balanza hacia el progresismo, pero todavía Buenos
Aires era respirable y si algo queda de bueno es gracias a que el giro no fue
total en su época. Debemos decir que el Obispo, cuando este lo ejerce con responsabilidad,
no toma solo las decisiones, sino que lo hace en conjunto con el resto de los
Obispos Auxiliares y de los “institutos” canónicos que establece el código. Por
ejemplo, el Cardenal dio su beneplácito para una fundación de una casa
religiosa, pero más temprano que tarde tuvo que dar marcha atrás por la presión
de los curiales porteños. No sé hasta qué punto se ocupó plenamente en los
nombramientos de los párrocos, recuerdo que a uno lo nombraron rápidamente para
evitar que otro Obispo recién nombrado se lo lleve a su vicaría, esa fue una
movida del vicario general. No menos cierto es que el propio Monseñor Rossi
dijera que el Cardenal les había dado carta abierta en las vicarías, según el vicario
de Devoto, el Cardenal le había dicho “vos sos el Obispo de Devoto”.
A estas cosas
se oponen con toda claridad que, si bien permitió la expulsión de algunos
seminaristas ortodoxos, le mando a estudiar con la idea de ordenarlos para la
Arquidiócesis, aunque pronto vio la desilusión de que el padre espiritual de
esos jóvenes hiciera lo que él le había pedido que no lo hiciera y eso provocó
el enojo del Cardenal.
El padre Fosbery en su In Memoriam indica que
fue el Cardenal quien abrió las puertas y motivo para que FASTA continuara con
la obra con sacerdotes propios, ordenándoles para la Arquidiócesis, pero para
las acciones apostólicas de FASTA.
En lo litúrgico,
aunque no atacó de lleno los abusos litúrgicos, hizo que las celebraciones en
la Catedral tuvieran el lugar que merecían. De suyo le encargo el tema litúrgico
de la Arquidiócesis a monseñor Aguer, con grandes frutos. No puedo olvidar que
en las Misas importantes por él celebrada el canto gregoriano era algo
constante, incluso con el Pater cantado en latín[5],
quizás cumpliendo con lo que pidió el Concilio Vaticano II cuando solicitó que
todo el pueblo de Dios conociera en latín las partes comunes de la Misa.
En su afán
misionero promovió la Misa de Niños, que en manos de quienes estaban fue desvirtuándose
cada vez más y ahora es cualquier cosa menos una celebración litúrgica
correcta. También y en consonancia con la preparación pedida por el Papa Juan
Pablo II para el inicio del tercer milenio, dio impulso a la Gran Misión de
Buenos Aires, que por cierto no se cumplió en todas las Parroquias, pero que
empapelo la Ciudad con aquel cartel con la cara de Jesús y la frase “No podemos
callarlo”.
El mismo afán para anunciar a Cristo le hizo asumir uno de los mayores desafíos apostólicos, que fue ingresar a los medios su predica certera y “a veces revoltosa”, pues como ha dicho Monseñor Aguer, “Algunas veces, y no sólo a causa de la agudeza de su estilo, produjo enfado y fastidio a los manipuladores de la opinión, a quienes haciendo valer el poderío exorbitante del micrófono o de la página impresa imponen la dictadura de cierta unanimidad ficticia. Molestó al "jet-set" de los nuevos sofistas, pero cosechó la aprobación, el aplauso y la sonrisa de la gente sencilla, del argentino común, de aquellos cuya opinión certera no suele caber en las encuestas. Ellos decían: ¡Quarracino tiene razón!”[6]. Buena parte de esos artículos forman parte del libro “Claves de un Cardenal” y del póstumo “Hasta cualquier momento”. Su palabra fue siempre fiel al Magisterio y a la Verdad. Hace unas horas repasaba un mensaje dado para navidad y les aseguro la superioridad de estos frente a los actuales. Con palabras sencillas predicaba la profundidad del mensaje de Cristo, predicaba la Verdad, anunciaba la Encarnación y promovía la conversión del pueblo de Dios.
Era cercano,
para serlo no se necesita viajar en colectivo o en subte, respondía cada carta[7]
y saludaba con cariño a todos los feligreses con una gran sonrisa en las
comunidades que recorría. Recuerdo que lo seguí en varias Misas bastante
seguido y al saludarlo en una de ellas, me dijo “¿Por acá también?” agregando
un mote cariñoso.
No dudaba en
decir y hacer lo que debía, en la visita a una parroquia, cuyo párroco enrolado
en el movimiento del Tercer Mundo había bajado la imagen central de la Patrona
(La Virgen) literalmente al suelo, bajo el pretexto de la cercanía con el
pueblo, estupideces del progresismo y de la religión sentimentalista que
quieren imponer. El Cardenal pidió que fuera puesta en su lugar, de lo
contrario se retiraría sin celebrar la Misa central. No podía permitir
semejante atropello a la Madre de Dios. Ese párroco se fue luego a hacer una “peregrinación”
con los curas tercermundistas desde Guadalupe hasta la Argentina, queriendo
retener el cargo de párroco, cosa que Quarracino no dejó.
No menos
importante fue las visitas canónicas a las Parroquias, que realizó aún con las
limitaciones físicas de los últimos años, algo que fue imitado por monseñor
Aguer, pero que luego se descontinuo, por lo menos no tengo conciencia que esto
se haya realizado después.
Si algo marco
su Arzobispado fue el valor que dio al sacerdocio y la promoción a las
vocaciones sacerdotales. Al cumplir sus Bodas de Oro Sacerdotales hizo una
pequeña publicación de ediciones AICA, “Perfiles Sacerdotales”, donde medita
sobre el perfil del sacerdote, siguiendo a Juan Pablo II, luego recorre sobre
algunas figuras sacerdotales publicando escritos y homilías en diversas
ocasiones, Pablo VI, Juan Pablo I, el Cardenal Mindzenty, Monseñor Rau, Plaza,
Raspanti, Derisi, Di Stefano, Monseñor Manuel Moledo, entro otros. Se encargó
especialmente de dedicar homenajes a sacerdotes que fueron olvidados a designio,
aún por la jerarquía eclesiástica. Ya durante un homenaje a monseñor Rau, habla
de la deuda de la Iglesia y la cultura argentina hacia monseñor Gustavo
Franceschi incluso adelantaba lo que llevo a cabo cuando arzobispo, diciendo “ese
sacerdote durante años fue capellán en una iglesia de religiosas; ese templo tiene
delante un gran atrio y una pequeña plaza: ni aquél, ni en ésta hay todavía ni
siquiera un pequeño busto que lo recuerde”. Hoy ese busto está en aquel lugar y
una placa que reza “La Arquidiócesis de Buenos Aires le dedica agradecido este
recuerdo”. El cardenal habló más de una vez de tres sacerdotes claves de su
tiempo, uno Frenceschi, el otro el padre Castellani, olvidado por la cultura y
despreciado por el progresismo por su voz clara, a este le promovió un valioso
homenaje, llevo adelante una acción y logro que el Consejo Deliberante (todavía
no era Legislatura) porteño pusiera una placa en el edificio donde el padre
vivió el último tiempo en la calle Caseros y Piedras. Allí se realizó un acto
en que el Cardenal destacó que el Padre se estaría riendo de que la política le
estuviese realizando un homenaje, luego se celebró una Misa solemne en la
Catedral a donde nos dirigimos caminando muchos de los que allí estuvimos. Se
le suma una pequeña publicación en homenaje al padre que hiciera el Cardenal. Hay
que decir que aquella placa fue víctima de los robos u otras razones, sin que
el sucesor del Cardenal haya movido un dedo para que se reponga… No se le puede
pedir peras al olmo, dice bien el refrán.
En julio de
1990 da una conferencia sobre el padre Leonardo Castellani, cuyo texto
publicará en el texto mencionado “Perfiles Sacerdotales” , allí no duda en
ubicar al padre Castellani entre los que el llamo “las excelencias decapitadas”
que tenía la Argentina, no duda en ponerle entre los dos principales “talentos
que regaló Dios al país” en el siglo XX, para el Cardenal esos talentos eran
Castellani y Lugones , exaltó su fe y su amor a la Iglesia y a la Compañía de
Jesús, donde tantas penurias le hicieron pasar. “Me permito decir, que porque
amaba a la Iglesia le dolían las fallas de sus miembros, porque amaba a la
Compañía de Jesús no toleraba deficiencias en muchos de sus superiores. (…)
Porque amaba a Jesucristo no toleraba a los que la herían y golpeaban la fe
cristiana”.
El tercer
sacerdote era el Padre Menvielle, destacó, en su visita a la Parroquia Nuestra
Señora de la Salud en mil nueve noventa, el flamante arzobispo dijo con toda
claridad la grandeza de su obra en aquel Templo monumental (hay que decir que
Quarracino lo conoció luego que lo destruyera el odio y el progresismo
perverso) y recordó las palabras de su antecesor el Cardenal al definirlo como una
Catedral. No ahorró elogios a la obra pastoral e intelectual del padre
Menvielle, denominándole como uno de los “tres sacerdotes claves de su tiempo”.
Cuando en mil nueve noventa y siete le escribimos pidiéndole un homenaje del
Arzobispado e incluso el ingreso de sus restos, no dudó en disponerlo y habilitar
el ingreso, que no sabemos porque razón no se hizo. Ya en esa Misa del noventa
le habíamos pedido que se destaque la Tumba y más temprano que tarde, luego del
cambio de párroco, luego de un escándalo de magnitudes, se colocaron unas
cadenas y luego a los veinticinco años los viejos scouts de Menvielle le
pusieron una reja que hoy ya no está gracias a la presión de los prelados
progresistas y la influencia de algunos ignorantes sentimentalistas. El Cardenal
murió antes de llevar a cabo el homenaje, el cual se llevó a cabo, gracias a
cierta presión que se ejerció sobre las nuevas autoridades eclesiásticas luego
de la muerte del Cardenal. Homenaje salvado por las homilías de los padres Ala,
Herrera Gallo y Guerra y de Monseñor Menvielle. El dos de agosto de mil nueve
noventa y ocho el sucesor de Quarracino celebró la Misa, hizo la homilía, dio
las gracias de la Iglesia de Buenos Aires, pero no tuvo la valentía de
nombrarlo ni en ella, ni en el responso que hizo sobre la tumba del “párroco
fundador”, como lo mencionó sin nombrarlo. Le estaremos siempre agradecidos al
Cardenal Quarracino que aceptó el desafío y no le tenía miedo a nadie, daba la
honra que se merecía a quienes debía, lamentamos que no haya estado vivo para
ser él quien predicará en aquella Misa.
La cercanía con
el clero era total, una vez al mes se reunía con los más grandes en una cena,
donde conversaba con ellos y pasaba un buen momento. La tapa del libro en su
homenaje “Hasta Cualquier Momento”, que recoge escritos del Cardenal y todos
los homenajes y homilías en su muerte, tiene como imagen una foto del Cardenal
en aquella cena.
Quarracino llega a ser Obispo en una época donde para alcanzar la plenitud no bastaba un cursito de pastoral o dar catedra de progresismo. Había que haber estudiado enserio y aunque eso no garantizaba nada, elevaba el nivel episcopal. Quarracino era doctor en teología, pero además tenía una capacidad intelectual, una firmeza doctrinal, era un hombre culto formado y había madurado sus lecturas, es por eso por lo que todo su magisterio episcopal es un aporte a todo el ámbito cultural argentino. Valoro a grandes pensadores y escritores argentinos y que también habían sido olvidados a designo. Puso en valor el pensamiento católico de Argentina, los Cursos de Cultura Católica. Resalta la poesía de Ponferrada, Castellani, Lugones, Castiñeira de Dios, Hugo Wast y el gran Marechal, involucrando incluso a sectores del Estado y a personajes alejados de la Fe para muchos de esos homenajes. Al cumplirse los cien años de la tradicional Parroquia de San Bernardo en el barrio de Villa Crespo logra que la Secretaría de Cultura restaure no solo la fachada, sino también la imagen del Cristo que se alza en su frente y a la que Marechal llamó el Cristo de la mano rota en su Adán Buenosayres, con grandes placas que reproducían parte de aquel texto.
Dos hechos lo muestran de cuerpo entero, los dos son contados por el Dr. Mario Caponnetto en su articulo en memoria del Cardenal, publicado en el libro mencionado “Hasta Cualquier Momento”. Dice Caponnetto que el Cardenal apoyó la creación de la Corporación de Médicos Católicos y en alguna oportunidad se hizo presente como un simple feligrés en la Santa Misa que se celebraba habitualmente en la Basílica de la Merced, como una manera de brindar ese apoyo certero a una institución sumamente necesaria para apoyar a los médicos católicos en medio de todos los ataques a la Bioética y a la Vida. Dicho sea de paso, fue el Cardenal como arzobispo y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, quien nombró rector de la Universidad Católica Argentina al R.P. Domingo Basso OP, destacado en los temas de bioética, de hecho, durante su rectorado (que solo duro hasta 1999) se creo el Instituto de Bioética de la UCA.
El otro
acontecimiento que menciona el Dr. Caponnetto, es que el Cardenal es quien
había dado el visto bueno para iniciar el proceso de canonización de Jordán
Bruno Genta, mártir de Cristo. Causa que hoy se busca reabrir, luego que se la
cerrará despótica y maliciosamente, algo que no nos extraña considerando cierta
beatificación de aquellos que apoyaron abiertamente a los asesinos de Genta y
Sacheri por odio a la fe.
Y no olvidemos el
fuerte apoyo que dio a la Exposición del Libro Católico, que fue sin duda uno
de los mayores acontecimientos de la cultura católica de los últimos años, que
luego Monseñor Aguer llevó también a La Plata. El Cardenal no solo apoyo con su
presencia, sino fundamentalmente con su acompañamiento pastoral.
Cuando uno
escuchaba o leía a Quarracino escuchaba a alguien sencillo, pero no chabacano.
Simple pero no simplista, hacia accesible las cosas más profundas, pero sin
bajarlas, sin quitarles su valor. No edulcoraba la sal. No usaba un discurso con
recursos lingüísticos en los que todos se quedaban admirados pero que era
incapaz de llevarte a otro lado y mucho menos a Cristo, porque eran “océanos de
palabras en desiertos de ideas”, como decía un profesor. No, Quarracino era
directo, concreto, con la verdad a flor de piel y siempre te dejaba la
enseñanza del Verbo.
Humilde, aunque
quieran venderlo de otra manera, de verdadera humildad, por eso delegaba,
escuchaba, promovía sin condicionamientos. Fue Quarracino quien introdujo dos
cosas en la Catedral, que hubiese sacerdotes u Obispos auxiliares que
pronunciaran las homilías en el Tedeum de las fechas patrias. También en Semana
Santa presidían los distintos Obispos auxiliares las celebraciones de Semana
Santa, él celebraba en lugares de gran caridad, pero no iba con las cámaras
encendidas.
Quiero en el
final volver sobre una preocupación permanente del Cardenal, los sacerdotes y
las vocaciones, sobre estas últimas fue el gran promotor de la oración por las
vocaciones, tenía claro que una Iglesia sin sacerdotes es una iglesia estéril.
En la última Misa que celebró en Lujan dejó un pedido a los jóvenes, unos pocos
recogimos el guante y no nos hemos cansado de promover la oración por las
vocaciones y los sacerdotes. “No se olviden de rezar por las Vocaciones y por
los sacerdotes”, nos dijo. A veinticinco años de su partida y con la realidad eclesial
que vivimos el mejor homenaje será pedir al Señor por intercesión de la Madre la
fe para los sacerdotes, su santidad y el incremento de vocaciones, de hombres
que anhelen trabajar por la salvación de las almas, pues como decía Menvielle
un sacerdocio que no genera santidad en las almas es un sacerdocio estéril.
Seguro, mejor
pluma podrá rendir el justo homenaje al Cardenal, nosotros lo hacemos desde el
corazón y con nuestras limitaciones.
“¡Danos, Señor
Santas y abundantes vocaciones Sacerdotales!”
Supla la Gracia
la deficiencia de la pluma
28-02-2023
[1]
Así firmamos el articulo In Memoriam
[2]
Cardenal Quarracino Perfiles Sacerdotales Ediciones AICA homenaje a S.S. Pablo
VI
[3]
ídem
[4] En
la Argentina se establece, como forma habitual, que los fieles reciban la
Comunión de pie y realicen antes, como gesto de reverencia, una inclinación de
cabeza. (CEA, 84° Asamblea Plenaria, nov. 2002, Res. n. 12; Recon. CCDDS, Prot.
n. 23/03/L, 28 jun 2003).
[5] Lo
hizo en la Misa de inauguración de su ministerio en la Iglesia porteña, en los
jueves sacerdotales y en las ordenaciones.
[6] Monseñor
Héctor Aguer, Homilía en la Catedral Metropolitana, publicada en Gladius 41 y
en el libro “Hasta Cualquier Momento”
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