¡Adios Benedicto XVI!



 Llegó el momento esperado por él, yo diría anhelado. Ese encuentro personal y continúo le faltaba solo una cosa, que el velo se corriera y eso hoy ha sucedido. Durante su pontificado buscó la verdadera cultura del encuentro, la cultura del encuentro con Cristo. Solo el encuentro con Cristo, Camino, Verdad y Vida hace posible encontrarse en verdadera caridad y verdad, con los hombres, por eso él promovió ese encuentro, el verdadero encuentro, el que nos acerca a la verdadera paz y felicidad. 

Estaba en mi oficina escuchando por Cadena 3 el relato desde Roma. Resonaba en la radio el Habemus Papa y cayeron las rodillas a tierra cuando escucharon el nombre del nuevo Papa, en aquel hoy lejano 2005. De él habíamos escuchado las meditaciones de Semana Santa donde aseguraba que la Barca hacía agua por todos lados y su voz se había levantado con fuerza contra la “Dictadura del relativismo” que había penetrado en la Iglesia y en su doctrina. El Corazón estaba con un gozo que no habíamos sentido nunca y que, por ahora, nunca más hemos sentido en relación a la vida eclesial. 

Estábamos en medio de un año dedicado a la Eucaristía y un punto culmen de aquel año fue, sin duda, el encuentro con los jóvenes en Colonia, para los medios era el desafío más grande que nuevo Papa tenía ya que a los ojos mediáticos no era tan carismático como su antecesor. Fue conmovedor ver aquellas ceremonias, los actos de adoración Eucarística con más de medio millón de jóvenes adorando en silencio al Señor y mostrando su afecto al Santo Padre, el dulce Cristo en la tierra. 

Pronto nos regaló la primera de sus encíclicas, que yo diría son desconocidas por muchos, sobre la tercera virtud teologal, Deus Caritas, luego vendría la exhortación post sinodal sobre el Sacramento de la Eucaristía Sacramentum Caritatis, la promulgación del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, en el decir de Monseñor Munilla, el Catecismo y este Compendio es el gran regalo que Josep Ratzinger, Benedicto XVI ha legado a la Iglesia. La Encíclica sobre la Esperanza Spes Salvi y aquella otra de Doctrina Social sobre la Caridad en la Verdad Caritas In Veritate. Sus homilías, discursos y catequesis nos confirmaron permanentemente en la Fe y en el amor a Cristo.

Si el encuentro con Cristo no se produce, la Fe no penetra en los corazones y Benedicto está convencido, con razón, que la gran crisis eclesial en la que estamos inmersos desde hace muchas décadas es una crisis de fe. Esta crisis de fe no está afuera, está aquí dentro de la Iglesia, las piedras vivas son las que no creen como debieran y esto es fundamentalmente porque hemos promovido el encuentro con el mundo, pero sin Cristo. La fe es un encuentro con una Persona ha dicho[1], con el Verbo Encarnado.  

Su defensa de la Fe en la Congregación, acompañando a Juan Pablo II, su prédica en un pontificado que estuvo cruzado por este anhelo devolver al Pueblo de Dios los modos de acercarse a Cristo, de encontrarse con Cristo. Su último año lo dedicó a la Fe, justamente para poner de relieve esta crisis y la necesidad de educarnos, de formarnos para dar razones, pero por sobre todo enamorarnos de Jesucristo, “nadie ama profundamente a quien no conoce”. Dejó sentadas las bases para una última encíclica sobre la virtud Teologal de la Fe, que publicará con algunos retoques su sucesor. 



La puerta a ese encuentro con Cristo es sin duda los sacramentos y en especial el Santo Sacrificio de la Misa, allí el hombre no solo es solo un observador de un espectáculo, sino es llamado a participar vivamente, sobre todo del acto principal que es el ofrecimiento y el Sacrificio de Cristo. Está participación activa está absolutamente desvirtuada luego del Concilio, no por él, sino a causa de eso otro que se llamó espíritu del concilio y que no es otra cosa que el espíritu modernista y esterilizante que no triunfó en los documentos, aunque dejó su estela. Es por tanto una liturgia destruida el principal obstáculo para ese encuentro y por eso con gestos personales primero y con disposiciones después, permite y busca restaurar el verdadero espíritu de la liturgia. Creo que el mayor acto de amor a ella fue volver a dar lugar a lo que el llamo el “rito extraordinario”, para que conviva el rito que fue sagrado para tantas generaciones, con el rito reformado del CVII que es tanta veces desquiciadamente corrompido y basureado. Fue así que en todo el mundo muchísimos hombres y mujeres, grandes y jóvenes descubrieron en ese rito tradicional la gracia de ese encuentro con Cristo y desde aquel Motu proprio del gran Benedicto no cesaron de crecer comunidades donde jóvenes sacerdotes se acercaron a el Señor, para poderlo celebrar con dignidad. Para muchos es la “misa en latín”, erróneamente porque ambos ritos pueden celebrarse en el idioma natural de la Iglesia, lengua que el Concilio, por cierto, no abolió[2], sin embargo, cuando uno se acerca a ella puede ver que es un rito muy rico en signos y oraciones. Benedicto con aquel Motu proprio hoy despreciado, dio un impulso misionero desconocido y esperanzador, que nos hace preguntar si en aquellos que han abrazado este regalo del Papa no estará el futuro de la Iglesia. 

Hoy, para nosotros, es un día de orfandad. Su silencioso retiro, que no entendimos ni entendemos a la luz de la deriva eclesial en la que estamos inmersos y que esperamos en el Cielo algún día nos sea revelado, aunque pensándolo bien: ¿Quiénes somos nosotros para que el Señor nos revele sus designios? Decíamos, que de su silencioso y orante retiro nos ha acompañado en estos tiempos de zozobra pastoral, sus escritos nos han alimentado y confirmado en la Fe, son fuente inagotable de certeza espiritual, hoy nos quedamos sin esta ayuda en la tierra, pero seguros que al llegar rezará por nosotros. Para quienes comparten con nosotros el sentimiento de orfandad, se me ocurre decirle no dejemos de acercarnos a su obra, sus homilías, sus catequesis, sus documentos y sus escritos, será el mejor homenaje con gran fruto para nuestras almas y para sostenernos en medio del vendaval. 

Para él se ha corrido el velo y el encuentro se producirá más tarde o más temprano según la misericordia de Dios. Está frente al Juez dando cuenta, como nos tocará a nosotros, seamos indulgentes y recemos por su alma. Un rezo lleno de agradecimiento a Dios por habernos dado a este hombre excepcional, un rezo cariñoso por su alma, un rezo lleno de caridad. 

Su predecesor falleció el sábado de la Octava de la Pascua, él hoy sábado de la Octava de Navidad, todo un signo el misterio de la Redención en su conjunto. 

Mala la pluma la nuestra para un buen y merecido homenaje, habrá mejores, habrá peores, habrá algunas que hagan hincapié sobre sus aciertos, otros sobre sus errores, habrá algunas con mucho amor, otras con mucho odio no a Benedicto, sino a lo que representa como baluarte de la hermenéutica de la continuidad, habrá falsas e injustas, habrá sinceras y justas, habrá propias y ajenas, de nada valen ya. Solo quedan y valen las oraciones incesantes por su alma. 

Santo Padre Benedicto XVI, descansa en paz, y cuando te encuentres con Cristo pídele por la Iglesia y por nosotros, que María Santísima te acompañe y pronto puedas disfrutar de la Gran Liturgia del Cielo, que tanto anhelaste buscando que la del suelo a ella se parezca. 


Marcelo Grecco

Director

El Caballero de Nuestra Señora 

30 de diciembre de 2022 

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