“El Cielo en Buenos Aires” (Primera parte)
Homenaje en el
Nonagésimo Aniversario de la Celebración de XXXII Aniversario del Congreso
Eucarístico de Buenos Aires
Del 9 al 13 de octubre
de 1934
Con especial dedicación a la memoria de mi padre Domingo Liberato Grecco
que llegó a este mundo en
medio del acontecimiento
Introducción
El objetivo de este trabajo es realizar el justo homenaje a
uno de los actos eclesiásticos más importantes que se ha dado en la Argentina,
en toda su historia eclesiástica. Nos llevan a este juicio varias razones, como
la nutrida participación del pueblo de Dios, proveniente del mundo entero; las
manifestaciones de fe y piedad que se desarrollaron no sólo esos días, sino
también en los dos años de preparación en todo el territorio de la Nación; el
nivel de organización para las magnas ceremonias; la jerarquía de los
participantes, en especial el Cardenal Legado y, por supuesto, los frutos de fe
en la Iglesia que peregrina en la Argentina, que sostuvieron durante décadas.
En mis más de
cincuenta años de vida, he sido participe de las dos visitas papales, del
cincuentenario del Congreso que conmemoramos, el Congreso Eucarístico de
Corrientes y la Canonización de Brochero, pero leyendo las crónicas de lo que
fue el acontecimiento de 1934, puedo afirmar que no hay ninguno de estos
acontecimientos eclesiales que lleguen a parecerse siquiera a lo sucedido en
aquel Congreso Eucarístico y a sus frutos a lo largo de los años. Queda el Año
Mariano de 1960, que tuvo ribetes parecidos pero nacionales, realizándose además
la Gran Misión de Buenos Aires y el primer Congreso Mariano Internacional[1],
seguramente en una Iglesia sonde aún quedaba la estela virtuosa de aquel
Congreso que hoy nos ocupamos. Luego, vinieron las mayores turbulencias
históricas de la Iglesia, que perduran hasta hoy y el fuego de la fe, se ha ido
apagando en muchos.
Por todo esto es que, creo, debe ser documentado nuevamente
para las nuevas generaciones, para aquellos que nunca escucharon hablar de
aquel acontecimiento, muchas veces por razones ideológicas tanto en los ámbitos
políticos como religiosos, no cabe duda que en aquellos momentos se sembró una
valiosa semilla que generó un pueblo y una comunidad católica con una profunda
impronta y en esa semilla estaba inserta en la misma consigna del Congreso “La Regalidad
social de N. Señor Jesucristo y la Eucaristía”, y fueron muchos los que a lo
largo de los años trabajaron intensamente por ese Reinado social de Cristo, que
hoy parece olvidarse. El mensaje social de la jerarquía esta muy lejos del
mensaje social de la Iglesia en su doctrina, que no es otro que el Restaurar
todo en Cristo, esto hace revolcarse al progresismo.
Pero, volvamos a los
días gloriosos de 1934 y a las razones que nos llevan a iniciar la
investigación y estos artículos resultantes de la misma.
Destaquemos que el mismo día en que se inauguraba el
Congreso, recibía la palma del martirio el primer argentino que llegaría al
honor de los Altares y lo haría en la España que nos legó la fe, no menos
cierto es que el Congreso se hacía en las fechas ligadas a la celebración de la
hispanidad. A veces hay cosas que marcan todo, la pila Bautismal donde este
joven, Héctor Valdiviezo Saéz, había recibido la gracia del Bautismo en 1913 se
ubicaba en la Parroquia San Nicolas de Bari, en su antigua ubicación, en lo que
hoy es Corrientes y Nueve de Julio, paradójicamente donde se levanta el símbolo
masónico más importante y que se inauguraría dos años después[2],
esa misma masonería, junto a los rojos son los que quitan la vida a este joven
y sus compañeros en la Madre Patria, acá destruyeron un Templo, allá cegaron
miles de vidas que recibieron el don de la Vida y que nos dejaron testimonio,
imitaron al Maestro y se unieron como nadie al Sacrificio de la Cruz, al
sublime sacramento de la Eucaristía, que en su Patria natal se iba a celebrar
con gran pompa. Alla la masonería tenía un grito: “No queremos que reine”, acá
un Pueblo volvía a decir con la seguridad de la fe, ¡Cristo Vence! ¡Cristo
Reina! ¡Cristo Impera!
Antes que aquel monumento masónico se inaugurará, una Cruz
más alta, más blanca, más pura se levantaba en el Monumento a los españoles y
hacía ella acudió el mundo entero.
Un tercer hecho, más personal si se quiere, es que la vida
naciente de mi padre estuvo marcada por el acontecimiento y fue un signo de la
providencia que lo sostuvo hasta sus casi ochenta y nueve años. Sea entonces mi
homenaje personal, a él y a mi abuela que, sostenida por la fe y un gran
sentido de pertenencia eclesial, sabiendo lo que implica un Delegado Pontificio,
cuanto más el Secretario de Estado y quizás en su corazón sentía algo especial
sobre el Cardenal Pacelli y su futuro, él sería, a la postre, el gran Pío XII.
Digo con estas seguridades de quien vive su fe, corrió a los pies del Cardenal,
besó su anillo e imploró su bendición para ella y para el niño que llevaba en
su seno, era la tarde del 12 de octubre de 1934, horas más tarde, el 13 de octubre
en Villa Crespo, nacería ese niño bendecido, quien sería Domingo Liberato
Grecco, mi amado padre recientemente fallecido.
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Mi abuela Amelia Caso de Grecco, quién no dudó ir hasta los pies del Cardenal Legado a besar su anillo y recibir su bendición, un día antes de dar a luz a mi padre |
Un último punto es la interpelación que un acontecimiento de
estas características debería hacernos a pastores y seglares. No puede ser solo
memoria agradecida, es penetrar en la esencia del acontecimiento para descubrir
que hemos abandonado, que hemos perdido, la causa en definitiva de la sequía
espiritual más grave de la Argentina o peor aún, mucho de lo poco sembrado tiene
más de cizaña que trigo bueno. Aquella sí que fue una “Iglesia en salida”, en
serio. Una Iglesia comprometida con la Evangelización de todos, una Iglesia con
verdadero celo apostólico y no con palabras muertas y “pastorales reunioneras”,
en el decir del padre Lombardero, con una exclusividad sesgada y casi herética,
sínodos destructores de la sana doctrina. No, en todo lo que rodeo al Congreso Eucarístico
Internacional de Buenos Aires, hubo apostolado, formación, fe y piedad que
convirtieron a la Ciudad de la Santísima Trinidad, como dijo el Cardenal Pacelli,
en el mismo “Cielo”, durante esos días y se tradujo en formas de profunda piedad
en el pueblo santo de Dios. Frutos que se vivieron en la formación de nuevas
comunidades a lo largo y ancho del país, en una verdadera primavera vocacional[3],
en un laicado formado profundamente en las verdades de la fe, y con un
compromiso formal en todos los ámbitos de la vida.
Al recordar estos acontecimientos nos viene a la memoria
aquella pregunta del padre Carlos Lojoya, que interpelaban nuestra vida
espiritual: ¿Y, por casa cómo andamos?
Dios permita que esta memoria agradecida nos vuelva a
interpelar para ser realmente una Iglesia Evangelizadora.
Que la Gracia Supla la deficiencia de la pluma
Lic. Marcelo Eduardo Grecco
Antecedentes Históricos de los Congresos Eucarísticos[4]
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Promotora de los Congresos Eucarísticos |
Iniciemos este trabajo sobre los antecedentes de estos Congresos. Emile
Tamisier, seglar francesa, discípula de san Pierre (Pedro) Julien Eymard,
apóstol de la Eucaristía[5],
comenzó con la idea de realizar manifestaciones que sensibilizaran a todos los
fieles sobre la “Presencia Eucarística” de Nuestro Señor Jesucristo, además de
peregrinaciones a los santuarios que conservaban las memorias de los milagros
Eucarísticos. La promotora buscaba que fueran auténticos Congresos que se
extendieran internacionalmente, de modo que hubiera verdaderas sesiones de
estudio sobre el Augusto Sacramento.
Monseñor De Segur, quien animaba a Emile en su empresa, el 25 de abril
de 1881 realiza una Carta circular e invita a todos los países del mundo a
participar en el Congreso Eucarístico de Lille, en el mes de junio del mismo
año. Realizado el acontecimiento los organizadores vieron superadas sus
expectativas y participaron franceses, belgas y representante de ocho países
más.
Viendo estas repercusiones se crea un Comité que da entidad formal a la
organización, de allí en más se sucedieron en Avignon (1883); Fridburgo,
Suiza (1885); Toulose (1886); Paris (1888); Amberes, Bélgica (1890).
En 1893 toma la posta el Papa León XIII, quien considera la
Eucaristía como el símbolo de unidad de la Iglesia, aún en la diversidad de
ritos y llama al Congreso Eucarístico en Jerusalén, enviando a su legado el
Cardenal Langénieux, arzobispo de Reims, Francia. En esta Diócesis será el
próximo Congreso en 1894, vendrá luego el de Parau-Le Monial en 1897 y Bruselas
en 1898, un año después en Lourdes donde volverá a ir como legado el arzobispo
de Reims, Angers en 1901 y Namur en 1902.
En Angouleme, en 1904 será el primer Congreso Eucarístico del
Papa Pío X, quien había ascendido a la Silla de Pedro en agosto de 1903, el
“Papa de la Eucaristía” será quien expanda los Congresos Eucarísticos más allá
de los países especialmente francófonos e incluso lo extiende más allá del
Continente Europeo, se suceden Roma en 1905; Tournai (1906); Metz (1907);
Londres (1908); Koldn (1909); Montreal (Canadá) 1910; Madrid (1911); WIEN
(1912); y Malta 1913.
El Congreso de 1914 se realizará en Lourdes y será el
primero que tenga un eje temático, este será nada más y nada menos que “La Eucaristía y la Regalidad Social de
Cristo”[6].
Un punto clave en un mundo que niega la cristiandad, que no es otra cosa que
este Reinado de Cristo en todos los órdenes, un tema que atravesará los
Congresos Eucarísticos hasta 1955.
En 1914, se suspenderán los Congresos hasta la finalización
de la primera guerra mundial, expresión máxima del odio a Cristo del hombre de
nuestro tiempo. Por tanto, el Pontificado de Benedicto XV no tuvo Congresos Eucarísticos
y estos volvieron en 1922 en Roma, bajo el Reinado de Pío XI, con el lema el “Reino
pacifico de Nuestro Señor Jesucristo”, en esta etapa se comenzaría a gestar la
idea de un Congreso Eucarístico en nuestra Patria. A partir de esta etapa se celebrarían cada
dos años y se sucederían Ámsterdam en 1924, “La Eucaristía y Holanda”;
Chicago en 1926 “Paz de Cristo en el Reino de Cristo”; en 1928 SYDNEY (AUS),
“La Virgen y la Eucaristía”; Cartago en 1930 “La Eucaristía en el Testimonio
Africano” y en 1932 en Dublín “La Eucaristía e Irlanda”.
De esta manera, llegamos al acontecimiento que nos ocupa en
1934, en nuestra Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los
Buenos Aires, bajo el lema “La Regalidad social de N. Señor Jesucristo y la
Eucaristía”.
Me permitirá el lector, un pequeño comentario, una pequeña
digresión que se hace necesaria en horas en que nos agobian los feminismos
religiosos en nuestra época, insistiendo que la mujer siempre ha sido relegada
en la Iglesia y buscando acceder a ministerios que tiene vedados porque el
mismo Señor no las ha elegido, pero, a pesar de ello, su lugar ha sido por
demás protagónico en el ámbito eclesial. El Señor ha llamado a la mujer a un
lugar sustancial en la historia de salvación, comenzando por la Virgen María y
tantas mujeres que sería extenso describir. Digo, en medio de todas estas
mentiras debemos destacar que un acontecimiento tan sublime como han sido los
Congresos Eucarísticos, son factibles, como tantas otras obras de apostolado, a
partir del impulso de una mujer francesa, de una seglar. Congresos en ámbitos
parroquiales, diocesanos, en las distintas naciones y en lo internacional,
desde 1881 hasta nuestros días. Sí, El Pueblo de Dios, gracias a esta dama, da público
reconocimiento a la Presencia Real del Señor en la Eucaristía, a lo largo del
tiempo y en los más diversos puntos de la tierra.
Buenos Aires Candidata
Pensar en 1924, que Buenos Aires podía ser el lugar para
realizar el Congreso era verdaderamente una empresa arriesgada, no solo por la
distancia, que era importante, aunque hubo Congresos más alejados de Roma con
anterioridad, sino por que implicaba cruzar el Océano, que en ese tiempo no era
un punto menor.
Pero a la vez, según
cuentan las crónicas, Buenos Aires era después de Paris la segunda ciudad con
más católicos del mundo. No es de extrañar el asombro de muchos en la Comisión
de los Congresos Eucarísticos cuando Dr. Tomás Rufino Cullen[7],
quien había sido Ministro de Instrucción Pública y Fray José María Liqueno - un
Italiano que vino de joven a Córdoba e ingreso a la orden Franciscana, un gran
historiador de la Universidad de Córdoba pero además con una obra fundamental
en Filosofía, según nos relata A. Caturelli[8]
- tomaron la iniciativa, como representantes de la Argentina en el CEI de Ámsterdam
(del 22 al 27 julio de 1924), para proponer a Buenos Aires para el Congreso de
1928, “Feliz audacia” lo llaman quienes relataran los hechos de 1934.[9]
Además de las contras mencionadas, digamos que en la
Argentina la Iglesia contaba solo con un Arzobispado y que estaba vacante desde
la muerte de Monseñor Espinoza en 1923 y que recién llegó a cubrirse, en 1926
con la llegada de Monseñor fray José María Bottaro. Esto hizo que la moción de
los representantes argentinos fuera recibida con frialdad en la asamblea y
fuera por tanto rechazada, a pesar del apoyo del Cardenal Reig y Casanova, arzobispo
de Toledo, primado de España y quien presidía la delegación española, que se “constituyó
en aliado” de la argentina en su propuesta. Sin embargo, todavía habría que
esperar unos años, Chicago fue designada para recibir el Congreso en 1926 y
Sidney en 1928.
Con la llegada de Monseñor Bottaro a la sede porteña,
comienza un trabajo hacia el CE de 1930, desde el inicio de su pontificado en
Buenos Aires, el arzobispo inicia una serie de notas hacia la Comisión
Permanente de los Congresos Eucarísticos, para pedir el honor para la
Argentina. Sin embargo, dos acontecimientos conmemorativos lo suficientemente
importantes le arrebatan a Buenos Aires, el honor de la organización del Congreso
en honor de Nuestro Señor: El décimo
quinto centenario de la muerte de San Agustín llevan a organizar en Cartago en
1930 y en 1932 se conmemoraba también el décimo quinto centenario de la muerte
de San Patricio, por lo que se eligió a Dublín para ese año.
La meta estaba ya en el año 1934, el Dr. Cullen vuelve a la
carga en Cartago en 1930, con el apoyo de los españoles presididos, encabezados
por monseñor L. Eijo y Garay, el Obispo de Madrid – Alcalá. Aún con una
política convulsionada en septiembre de 1930, pronto el Vicario Capitular
Monseñor Copello dirige una carta en octubre de 1930 al Comité, reiterando lo
solicitado por monseñor Bottaro.
Con el tiempo se advirtió que la iniciativa argentina iba
ganando adeptos. En junio de 1932 Dublín, recibe el XXXI Congreso Eucarístico y
tributa “espléndidamente al Dios de la Eucaristía el homenaje” debido con
profunda Fe y amor. Monseñor Dr. Daniel
Figueroa, oportunamente párroco de San José de Flores y de San Nicolás de Bari quien
representó a la Argentina en Dublín, fue testigo de esta inclinación de la
balanza hacia Buenos Aires, que mencionáramos.
Por fin el Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos
internacionales resolvió finalmente que nuestra Ciudad de la Santísima
Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Aires, fuera la sede del XXXII
Congreso Eucarístico Internacional. Siendo
el primero que se realizará en América del Sur, en Hispanoamérica. El Comité lleva la decisión al Sumo Pontífice
Pio XI, quien “sumamente complacido, dio su consentimiento expresando su «firme
esperanza de que el Congreso Eucarístico Internacional a realizarse en la
ciudad de Buenos Aires reverencia, por lo menos, el mismo esplendor que los
últimamente celebrados»”.
En este sentido el Dr. Cullen manifiesta que el Congreso no
podía ser posible esta aceptación de Buenos Aires sin la participación paternal
de Su Santidad Pío XI[10],
quien siempre estuvo presto para apoyar la iniciativa, prueba de aquel apoyo y
predilección fue la elección de su legado, nada más y nada menos que su secretario
de Estado, el Cardenal Pacelli.
La acción del sr.
Nuncio, monseñor Cortesi, quien comunicó al Papa la entraña católica de la
Argentina, que todavía la generación del ochenta y el laicismo reinante no
había podido destruido del todo, aunque según algunas crónicas de la época
había en 1933 una carencia grande, más del 70 % de los niños no estaban
Bautizados[11],
por eso hacía que un acontecimiento como este, a la vez de hacer brillar la fe
que se mantenía encendida, era la oportunidad única para reavivar esa antorcha
que se venía apagando.
En Camino al Congreso
Con la decisión tomada, Monseñor Tomás L Haylen, presidente
del Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales coordina lo
indispensable con el Vicario Capitular, en sede plena, de Buenos Aires Monseñor
Santiago Luis Copello. Con estos primeros acuerdos de trabajo, el Sr. Vicario expide un decreto, el 4 de septiembre
de 1932, designando un Comité Ejecutivo, que tendrá dos comisiones. Al frente
de este comité estará en principio Monseñor Fortunato J. Devoto, Obispo titular
de Attea y Auxiliar de Buenos Aires.
Pronto renunciará y se hará cargo Monseñor Dr. Daniel Figueroa, quien
oportunamente fue Párroco de San José de Flores y en ese momento era ya el Cura
rector de San Nicolás de Bari, que estaba en pleno proceso de construcción del
nuevo Templo en la calle Santa Fe[12].
En octubre de 1932, visita argentina el Secretario del
Consejo Permanente de los Congresos Eucarísticos, el R. P. Boubee SJ. El 3 de
octubre, visitará la Ciudad de Córdoba donde dio varias conferencias y estuvo
acompañado por el Dr. Tomás Cullen.[13]
Reconociendo que, en el extenso territorio de la Argentina,
donde se levante un majestuoso Templo o una simple capilla, hay un altar
“dedicado a su celestial Patrona la Virgen Santísima, bajo la advocación de
Nuestra Señora de Luján”, el Comité Ejecutivo se cobijó en su Manto de Madre y
se confió a su poderosa intercesión, poniendo en sus manos todos los trabajos
preparativos. La Excelsa Madre fue proclamada como protectora principal del
XXXII Congreso Eucarístico Internacional.
El 9 de octubre, en un convoy especial que partió de la
estación Once, peregrinos, entre quienes se destacaban las damas del Comité y
miembros de las Hijas de María, el Vicario Capitular Monseñor Copello, el
Obispo auxiliar Monseñor Devoto, el R.P. Boubee, el padre Caggiano y algunos de
los miembros del Consejo de Hombres Católicos, marcharon al Santuario de
Nuestra Señora de Lujan, donde “los corazones argentinos inflamados de amor a
su bendita Madre llenaron por completo las naves de su espléndida Basílica”,
donde “ardía sin cesar” la lampará votiva de la oración.
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Nuestra Señora de Lujan Patrona de la Argentina |
A las 9 hs. era oficiada la Misa, en el Camarín de la Virgen
y luego en el despacho parroquial se celebró una reunión del Comité con la
participación del padre Boubee, quien se embarcaría hacia Europa en el
“Campana” el 10 de octubre. Monseñor Devoto hizo conocer los mensajes del Sr.
Nuncio y de Monseñor De Andrea quienes no habían podido participar, luego el
padre Boubee expresó que estaba realmente complacido con lo que había visto
durante su visita y exhortó a seguir trabajando, con fe, orden, método y lentitud,
indicó que: “La tarea es ardua y la responsabilidad es grande. Hay que trabajar
espiritual y materialmente para lograr el éxito anhelado, que desde ahora
descontamos”. Además, mencionó experiencias anteriores en la organización de
Congresos Eucarísticos, por eso aconsejó crear varias comisiones. Monseñor
Devoto, por su parte propuso que los niños puedan realizar una contribución
mensual con 10 centavos, que se cambiarían por estampillas para ser colocadas
en “hojas”, entendemos que se refería a un álbum creado a tal fin y que además
contuviera hojas donde los niños pudieran poner contribuciones espirituales en
favor del Congreso, una buena acción, un pequeño sacrificio, una privación…
¡Otros tiempos de gran piedad! Si bien no se resolvió nada en concreto, aunque
se estuvo de acuerdo con las propuestas, luego del almuerzo el Dr. Cullen leyó
un despacho solicitando al Nuncio su bendición.
Los participantes recorrieron en grupos algunos lugares
claves de la Ciudad de Luján y a las 15 hs. se reunieron todos en la Basílica
para escuchar a Monseñor Napal, Vicario General de la Armada, quien emitió una
arenga desde el Púlpito, sobre las grandezas de la Virgen de Lujan. La Basílica
desbordaba ya que se habían sumado columnas de la Sociedad de Peregrinos, que
solían peregrinar los 9 de julio, de Rosario y de la obra de Don Bosco. El
convoy retorno a la Ciudad de Buenos Aires a las 16:30 hs.[14]
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Monseñor Napal |
Nuevo Arzobispo de Buenos Aires y nuevos Obispos en Santa Fe
y Catamarca
El 26 de octubre la Santa Sede da a conocer que ha aceptado
la renuncia de Monseñor Bottaro a la Arquidiócesis de Buenos Aires, nombrándole
arzobispo titular de Macra y Morope[15],
a su vez nombra al vicario capitular Monseñor Copello como nuevo arzobispo. En
ese mismo día se da a conocer también que monseñor Fasolino, rector de la
Iglesia de Balvanera es nombrado Obispo de Santa Fe y al párroco de Junín,
monseñor Vicente Peira, Obispo de Catamarca.[16]
Esto muestra el interés de la Santa Sede
a que se acomoden los cargos eclesiásticos en vistas a la organización del
Congreso.
[1] Simplemente algún recuerdo de aquel año, que quizás merezca un trabajo aparte: “En 1960 la Capital Federal, con el Gran Buenos Aires, vivieron días extraordinarios de gracia y misericordia celestiales. Dos mil misioneros argentinos y extranjeros, por mandato de los Obispos se lanzaron con entusiasmo a sembrar la semilla del Evangelio. Pero no fueron solos. El 28 de septiembre salió de la Basílica de Luján la auténtica Imagen de Nuestra Señora en plan de Misionera. Rodríguez, Morón, Lomas de Zamora, Avellaneda, Quilmes la recibieron con entusiasmo exultante entre aplausos, cantos, bandas de música, lágrimas de emoción... Era la primera vez que llegaba por esos pueblos, semejante Misionera que convocaba multitudes y las dirigía al encuentro y reconciliación con Jesucristo Redentor y Salvador de los hombres. (…) Saliendo de Avellaneda, la Santa Imagen se dirigió lentamente en blanco carruaje a la Capital Federal. Imponentes eran las multitudes que en cada barriada la aguardaban.
Según los diarios de
entonces en algunos momentos del paso de la Virgen por los barrios, pareció que
las casas quedaban deshabitadas. Sus moradores se habían volcado prácticamente
en los balcones y aceras. (…) Otra
multitud que colmaba la Plaza de Mayo esperaba a la Virgen cuando llegaba a la
Catedral Metropolitana. (…) La Imagen continuó después visitando parroquias,
estratégicamente elegidas, hasta el mes de noviembre. El poder de convocación
que tiene la Virgen es verdaderamente asombroso. Así se manifestó en todas
partes. Terminada la Gran Misión se pasó a vivir
las jornadas del 1º Congreso Mariano Internacional. En los jardines de Palermo
se levantó un altar, que fue el epicentro de los principales actos del
Congreso.
[3] Si tomamos en
consideración solo la Arquidiócesis de Buenos Aires y las ordenaciones
sacerdotales desde 1932 a 1941 y las de 1942 (serían los primeros seminaristas luego
del Congreso) a 1952 tendríamos un aumento del 11 %
[4] Los datos históricos de este apartado
lo hemos tomado de la “Historia de los Congresos Eucarísticos de la Conferencia
Episcopal Colombiana, en preparación al Quincuagésimo Tercer CEI en Quito en el
2024. Y de la información contenida en el sitio del Vaticano:
https://www.vatican.va/roman_curia/pont_committees/eucharist-congr/documents/rc_committ_euchar_doc_20021009_themes_sp.html
[5] Pedro Julián Eymard nació en La Mure d'Isère, diócesis de
Grenoble (Francia), el 4 de febrero de 1811 y fue bautizado al día siguiente.
Al final de un laborioso recorrido familiar y vocacional, logró entrar en el
Seminario Mayor de Grenoble y, en 1834, es ordenado sacerdote. Después de unos
años de un ministerio intenso, inicia, en 1839, una experiencia de vida
religiosa entrando en la naciente congregación de los Padres Maristas, en Lión.
Rápidamente llega a ser el hombre de confianza del fundador, el P. Colin, que
le confía diferentes responsabilidades. Sin embargo, su búsqueda de la voluntad
de Dios lo persigue siempre y lo empuja a orientarse cada vez más hacia la
Eucaristía por la cual quisiera hacer algo particular. Un momento significativo
en ese caminar del P. Eymard fue la experiencia espiritual que tuvo en el
santuario lionés de Fourvière, en enero de 1851. Durante su oración, se sintió
«fuertemente impresionado» pensando en el estado de abandono espiritual en el
cual se encontraban los sacerdotes seculares, la gran falta de formación de los
laicos, el estado lamentable de la devoción al Santísimo y los sacrilegios
cometidos contra la sagrada Eucaristía. De ahí le vino, al comienzo, la idea de
crear una Tercera Orden masculina dedicada a la adoración reparadora; proyecto
que llegará a ser, en los años sucesivos, una congregación religiosa
enteramente consagrada al culto y al apostolado de la Eucaristía. Impedido de
realizar este proyecto en el interior de la Sociedad de María, el P. Eymard
tuvo que salir del Instituto. Se trasladó a París, y allí, el 13 de mayo de
1856, funda la Congregación del Santísimo Sacramento. El nuevo Instituto recibe
inmediatamente la aprobación del arzobispo, Mons. Sibour, y más tarde, la
bendición y la aprobación definitiva del Papa Pío IX (1863). La Obra empieza
muy pobremente en locales alquilados de la calle d'Enfer, donde el día de la
Epifanía de 1857, se inaugura oficialmente la fundación con una Exposición
solemne del Santísimo Sacramento. Un año después, siempre en París y con la
ayuda de Marguerite Guillot, el Padre funda la rama femenina: las Siervas del
Santísimo. En 1859, abre una segunda comunidad, en Marsella, y la confía al P.
Raymond de Cuers, su primer compañero. Una tercera casa se abrirá en Angers,
luego otras dos en Bruselas, y una casa de formación en San Mauricio (diócesis
de Versalles). Durante estos años de vida eucarística, vemos al P. Eymard
empeñado en un apostolado que se dirige sobre todo a los pobres de la periferia
de París y a los sacerdotes en dificultad; se dedica a la Obra de la primera
comunión de adultos y atiende numerosos compromisos en la predicación, centrada
principalmente en la Eucaristía. De su actividad, o por lo menos de su
espiritualidad, emanarán varias iniciativas a lo largo del tiempo, como es la
Agregación del Santísimo, destinada a los laicos, la Asociación de los
Sacerdotes Adoradores, inspirada por su celo hacia los sacerdotes, y los mismos
Congresos Eucarísticos Internacionales. Agotado por las responsabilidades de
fundador y primer superior general, marcado por las pruebas de toda clase,
Pedro Julián Eymard muere en su tierra natal, a la edad solamente de 57 años,
el primero de agosto de 1868. Beatificado por Pío XI, en 1925, fue canonizado
por Juan XXIII, el 9 de diciembre de 1962, al final de la primera sesión del
Concilio Vaticano II. Ahora, exactamente 33 años después, el 9 de diciembre de
1995, fue inscrito en el Calendario Romano y presentado a la Iglesia universal
como el Apóstol de la Eucaristía. La vida y la actividad de san Pedro Julián
está centrada en el misterio de la sagrada Eucaristía. Al principio, sin
embargo, su enfoque era tributario de la teología de su tiempo, insistiendo
sobre la presencia real. Pero, llegará a liberarse poco a poco del aspecto
devocional y reparador que teñía de manera casi exclusiva la piedad eucarística
de su época, y conseguirá hacer de la Eucaristía el centro de la vida de la
Iglesia y de la sociedad. «Ningún otro centro sino el de Jesús Eucarístico».
[6] San Pío X marcará a fuego desde el comienzo de su
pontificado el tema del Reinado Social de Cristo: “Sin embargo, como Dios quiso
elevar nuestra humildad a esta plenitud de poder, dirigimos nuestro corazón a
"Aquel que nos consuela", y apoyados en la virtud divina al emprender
la empresa, declaramos que en el ejercicio de la Pontificado Tenemos un solo
propósito: "Renovar todas las cosas en Cristo" [Efes. I 10],
para que haya "Cristo en todos y en todos" [Coloso. III, 11]”
(Carta encíclica “E Supremi” S.S. Pío X 1903)
[7] Tomás Rufino Cullen nace en Santa Fe, 27 de febrero
de 1863, muere en Buenos Aires, 17 de junio de 1940 fue un abogado, hacendado y
político argentino, que ejerció como ministro de Justicia e Instrucción Pública
de su país durante la segunda década del siglo XX.
Nieto del gobernador de la Provincia de Santa Fe, Domingo Cullen, estudió en el
Colegio del Salvador de Buenos Aires y se doctoró en derecho en la Universidad
de Buenos Aires, en 1885, con una tesis sobre "Arbitraje
internacional". Realizó una gira por Europa y los Estados Unidos,
especializándose en finanzas y derecho financiero.
Fue Juez de Paz en la ciudad de Buenos Aires, para ser posteriormente Juez del
fuero criminal. Fue también fiscal y procurador de la Provincia de Santa Fe.
Formó parte de la Comisión para la revisión de las leyes electorales en 1893, y
en 1898 fue elegido diputado nacional. Tras finalizar su mandato, se alejó de
la política durante una década. Fue profesor de Derecho Constitucional en la
Universidad de Buenos Aires. Fallece el 17 de junio de 1940
[8] Caturelli, A. La restauración del tomismo en Fray
José María Liqueno [en línea]. Sapientia.1982, 37 (143). Disponible en: https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/14658. Aquí también el Dr. Caturelli nos da rasgos de la
personalidad de este Fraile que dio el puntapié inicial para la celebración del
Congreso Eucarístico Internacional en Buenos Aires: “Ingresó a la Orden de San
Francisco en cuyo seno enseñó derecho canónico, historia y filosofía y, en
verdad, hasta ahora se lo ha conocido casi exclusivamente como historiador
particularmente de la Universidad de Córdoba; pero sus obras filosóficas fueron
no sólo importantes sino de gran volumen. Era también un apóstol de acendrada
virtud y su proverbial humildad (de la que he recogido testimonios personales)
quizá explique la ignorancia en la cual se ha tenido por mucho tiempo su obra
filosófica. Desgraciadamente, el Padre Liqueno (como se le llamaba en Córdoba
familiarmente) apenas vivió cuarenta y nueve años, pues falleció el 26 de abril
de 1926.”
[9] XXXII Congreso Eucarístico Internacional, Buenos
Aires 10-14 de octubre de 1934, publicación del Comité Ejecutivo. En adelante
los datos que se vuelquen en el trabajo, con comillas, salvo que se indiquen lo
contrario, pertenecen a esta obra testimonial publicada en 1935. Para cuando
Creamos conveniente volver a citarlo lo haremos como: “Publicación del Comité Ejecutivo
- 1935”
[10] “Es evidente que la influencia máxima que determinó
a Buenos Aires como sede del futuro Congreso Internacional se debe a la bondad
paternal del Santo Padre Pío XI, que en todos los momentos y circunstancias ha
manifestado su afectuosa deferencia por la República Argentina, y que siempre
que fue consultado sobre el problema pendiente, expresó su opinión favorable
para nuestro país”
[11] Esto está comentado en uno de los Boletines
Parroquiales de Nuestra Señora de la Salud de Versailles, llamado Versailles,
en 1933
[12] La capilla original fue
construida en 1733, por iniciativa de Domingo de Acassuso (quien ya
había mandado a construir la actual Catedral de San Isidro, ubicada en
el partido homónimo, en la Provincia de Buenos Aires), en la esquina
de lo que actualmente es Avenida Corrientes y Carlos Pellegrini.1 Fue
reconstruida en 1767, hasta que fue demolida en 1931, debido al ensanche de la
Diagonal Norte. El 29 de noviembre de 1935 fue inaugurado el edificio actual
(ubicado en Av. Santa Fe 1352) y dos años más tarde, en 1937, fue elevada
a Basílica menor. El 23 de agosto de 1812 se izó, en la vieja iglesia, por
primera vez la bandera nacional en la ciudad de Buenos Aires, con motivo de un
acto religioso.
[13] La Nación 2 de octubre de 1932
[14] Crónica del diario La Nación 10 de octubre de 1932.
[15] Antes del Concilio Vaticano Segundo los Obispos
permanecían en sus Diócesis hasta su muerte y si por alguna razón debían
renunciar no se los consideraba “eméritos”, sino que se les asignaba una
diócesis que en si ya no existía, algo parecido a lo que sucede ahora con los
Obispos Auxiliares.
[16] La Nación 27 de octubre de 1932
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