“El Cielo en Buenos Aires” (Primera parte)

 


Homenaje en el Nonagésimo Aniversario de la Celebración de XXXII Aniversario del Congreso Eucarístico de Buenos Aires

Del 9 al 13 de octubre de 1934

Con especial dedicación a la memoria de mi padre Domingo Liberato Grecco

que llegó a este mundo en medio del acontecimiento

Introducción

El objetivo de este trabajo es realizar el justo homenaje a uno de los actos eclesiásticos más importantes que se ha dado en la Argentina, en toda su historia eclesiástica. Nos llevan a este juicio varias razones, como la nutrida participación del pueblo de Dios, proveniente del mundo entero; las manifestaciones de fe y piedad que se desarrollaron no sólo esos días, sino también en los dos años de preparación en todo el territorio de la Nación; el nivel de organización para las magnas ceremonias; la jerarquía de los participantes, en especial el Cardenal Legado y, por supuesto, los frutos de fe en la Iglesia que peregrina en la Argentina, que sostuvieron durante décadas.

 En mis más de cincuenta años de vida, he sido participe de las dos visitas papales, del cincuentenario del Congreso que conmemoramos, el Congreso Eucarístico de Corrientes y la Canonización de Brochero, pero leyendo las crónicas de lo que fue el acontecimiento de 1934, puedo afirmar que no hay ninguno de estos acontecimientos eclesiales que lleguen a parecerse siquiera a lo sucedido en aquel Congreso Eucarístico y a sus frutos a lo largo de los años. Queda el Año Mariano de 1960, que tuvo ribetes parecidos pero nacionales, realizándose además la Gran Misión de Buenos Aires y el primer Congreso Mariano Internacional[1], seguramente en una Iglesia sonde aún quedaba la estela virtuosa de aquel Congreso que hoy nos ocupamos. Luego, vinieron las mayores turbulencias históricas de la Iglesia, que perduran hasta hoy y el fuego de la fe, se ha ido apagando en muchos.

Por todo esto es que, creo, debe ser documentado nuevamente para las nuevas generaciones, para aquellos que nunca escucharon hablar de aquel acontecimiento, muchas veces por razones ideológicas tanto en los ámbitos políticos como religiosos, no cabe duda que en aquellos momentos se sembró una valiosa semilla que generó un pueblo y una comunidad católica con una profunda impronta y en esa semilla estaba inserta en la misma consigna del Congreso “La  Regalidad social de N. Señor Jesucristo y la Eucaristía”, y fueron muchos los que a lo largo de los años trabajaron intensamente por ese Reinado social de Cristo, que hoy parece olvidarse. El mensaje social de la jerarquía esta muy lejos del mensaje social de la Iglesia en su doctrina, que no es otro que el Restaurar todo en Cristo, esto hace revolcarse al progresismo.

 Pero, volvamos a los días gloriosos de 1934 y a las razones que nos llevan a iniciar la investigación y estos artículos resultantes de la misma.

Destaquemos que el mismo día en que se inauguraba el Congreso, recibía la palma del martirio el primer argentino que llegaría al honor de los Altares y lo haría en la España que nos legó la fe, no menos cierto es que el Congreso se hacía en las fechas ligadas a la celebración de la hispanidad. A veces hay cosas que marcan todo, la pila Bautismal donde este joven, Héctor Valdiviezo Saéz, había recibido la gracia del Bautismo en 1913 se ubicaba en la Parroquia San Nicolas de Bari, en su antigua ubicación, en lo que hoy es Corrientes y Nueve de Julio, paradójicamente donde se levanta el símbolo masónico más importante y que se inauguraría dos años después[2], esa misma masonería, junto a los rojos son los que quitan la vida a este joven y sus compañeros en la Madre Patria, acá destruyeron un Templo, allá cegaron miles de vidas que recibieron el don de la Vida y que nos dejaron testimonio, imitaron al Maestro y se unieron como nadie al Sacrificio de la Cruz, al sublime sacramento de la Eucaristía, que en su Patria natal se iba a celebrar con gran pompa. Alla la masonería tenía un grito: “No queremos que reine”, acá un Pueblo volvía a decir con la seguridad de la fe, ¡Cristo Vence! ¡Cristo Reina! ¡Cristo Impera!

Antes que aquel monumento masónico se inaugurará, una Cruz más alta, más blanca, más pura se levantaba en el Monumento a los españoles y hacía ella acudió el mundo entero.

Un tercer hecho, más personal si se quiere, es que la vida naciente de mi padre estuvo marcada por el acontecimiento y fue un signo de la providencia que lo sostuvo hasta sus casi ochenta y nueve años. Sea entonces mi homenaje personal, a él y a mi abuela que, sostenida por la fe y un gran sentido de pertenencia eclesial, sabiendo lo que implica un Delegado Pontificio, cuanto más el Secretario de Estado y quizás en su corazón sentía algo especial sobre el Cardenal Pacelli y su futuro, él sería, a la postre, el gran Pío XII. Digo con estas seguridades de quien vive su fe, corrió a los pies del Cardenal, besó su anillo e imploró su bendición para ella y para el niño que llevaba en su seno, era la tarde del 12 de octubre de 1934, horas más tarde, el 13 de octubre en Villa Crespo, nacería ese niño bendecido, quien sería Domingo Liberato Grecco, mi amado padre recientemente fallecido.

Mi abuela Amelia Caso de Grecco,
 quién no dudó ir hasta los pies del
 Cardenal Legado a besar  su anillo
y recibir su bendición, un día antes de dar a luz a mi padre

Un último punto es la interpelación que un acontecimiento de estas características debería hacernos a pastores y seglares. No puede ser solo memoria agradecida, es penetrar en la esencia del acontecimiento para descubrir que hemos abandonado, que hemos perdido, la causa en definitiva de la sequía espiritual más grave de la Argentina o peor aún, mucho de lo poco sembrado tiene más de cizaña que trigo bueno. Aquella sí que fue una “Iglesia en salida”, en serio. Una Iglesia comprometida con la Evangelización de todos, una Iglesia con verdadero celo apostólico y no con palabras muertas y “pastorales reunioneras”, en el decir del padre Lombardero, con una exclusividad sesgada y casi herética, sínodos destructores de la sana doctrina. No, en todo lo que rodeo al Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, hubo apostolado, formación, fe y piedad que convirtieron a la Ciudad de la Santísima Trinidad, como dijo el Cardenal Pacelli, en el mismo “Cielo”, durante esos días y se tradujo en formas de profunda piedad en el pueblo santo de Dios. Frutos que se vivieron en la formación de nuevas comunidades a lo largo y ancho del país, en una verdadera primavera vocacional[3], en un laicado formado profundamente en las verdades de la fe, y con un compromiso formal en todos los ámbitos de la vida.

Al recordar estos acontecimientos nos viene a la memoria aquella pregunta del padre Carlos Lojoya, que interpelaban nuestra vida espiritual: ¿Y, por casa cómo andamos?

Dios permita que esta memoria agradecida nos vuelva a interpelar para ser realmente una Iglesia Evangelizadora.

Que la Gracia Supla la deficiencia de la pluma

Lic. Marcelo Eduardo Grecco

 

 

 

 

 

 

 

Antecedentes Históricos de los Congresos Eucarísticos[4]

Promotora de los Congresos Eucarísticos

Iniciemos este trabajo sobre los antecedentes de estos Congresos. Emile Tamisier, seglar francesa, discípula de san Pierre (Pedro) Julien Eymard, apóstol de la Eucaristía[5], comenzó con la idea de realizar manifestaciones que sensibilizaran a todos los fieles sobre la “Presencia Eucarística” de Nuestro Señor Jesucristo, además de peregrinaciones a los santuarios que conservaban las memorias de los milagros Eucarísticos. La promotora buscaba que fueran auténticos Congresos que se extendieran internacionalmente, de modo que hubiera verdaderas sesiones de estudio sobre el Augusto Sacramento.

Monseñor De Segur, quien animaba a Emile en su empresa, el 25 de abril de 1881 realiza una Carta circular e invita a todos los países del mundo a participar en el Congreso Eucarístico de Lille, en el mes de junio del mismo año. Realizado el acontecimiento los organizadores vieron superadas sus expectativas y participaron franceses, belgas y representante de ocho países más.

Viendo estas repercusiones se crea un Comité que da entidad formal a la organización, de allí en más se sucedieron en Avignon (1883); Fridburgo, Suiza (1885); Toulose (1886); Paris (1888); Amberes, Bélgica (1890).

En 1893 toma la posta el Papa León XIII, quien considera la Eucaristía como el símbolo de unidad de la Iglesia, aún en la diversidad de ritos y llama al Congreso Eucarístico en Jerusalén, enviando a su legado el Cardenal Langénieux, arzobispo de Reims, Francia. En esta Diócesis será el próximo Congreso en 1894, vendrá luego el de Parau-Le Monial en 1897 y Bruselas en 1898, un año después en Lourdes donde volverá a ir como legado el arzobispo de Reims, Angers en 1901 y Namur en 1902.

En Angouleme, en 1904 será el primer Congreso Eucarístico del Papa Pío X, quien había ascendido a la Silla de Pedro en agosto de 1903, el “Papa de la Eucaristía” será quien expanda los Congresos Eucarísticos más allá de los países especialmente francófonos e incluso lo extiende más allá del Continente Europeo, se suceden Roma en 1905; Tournai (1906); Metz (1907); Londres (1908); Koldn (1909); Montreal (Canadá) 1910; Madrid (1911); WIEN (1912); y Malta 1913. 

El Congreso de 1914 se realizará en Lourdes y será el primero que tenga un eje temático, este será nada más y nada menos que “La Eucaristía y la Regalidad Social de Cristo”[6]. Un punto clave en un mundo que niega la cristiandad, que no es otra cosa que este Reinado de Cristo en todos los órdenes, un tema que atravesará los Congresos Eucarísticos hasta 1955. 

En 1914, se suspenderán los Congresos hasta la finalización de la primera guerra mundial, expresión máxima del odio a Cristo del hombre de nuestro tiempo. Por tanto, el Pontificado de Benedicto XV no tuvo Congresos Eucarísticos y estos volvieron en 1922 en Roma, bajo el Reinado de Pío XI, con el lema el “Reino pacifico de Nuestro Señor Jesucristo”, en esta etapa se comenzaría a gestar la idea de un Congreso Eucarístico en nuestra Patria.  A partir de esta etapa se celebrarían cada dos años y se sucederían Ámsterdam en 1924, “La Eucaristía y Holanda”; Chicago en 1926 “Paz de Cristo en el Reino de Cristo”; en 1928 SYDNEY (AUS), “La Virgen y la Eucaristía”; Cartago en 1930 “La Eucaristía en el Testimonio Africano” y en 1932 en Dublín “La Eucaristía e Irlanda”.

De esta manera, llegamos al acontecimiento que nos ocupa en 1934, en nuestra Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, bajo el lema “La Regalidad social de N. Señor Jesucristo y la Eucaristía”.

Me permitirá el lector, un pequeño comentario, una pequeña digresión que se hace necesaria en horas en que nos agobian los feminismos religiosos en nuestra época, insistiendo que la mujer siempre ha sido relegada en la Iglesia y buscando acceder a ministerios que tiene vedados porque el mismo Señor no las ha elegido, pero, a pesar de ello, su lugar ha sido por demás protagónico en el ámbito eclesial. El Señor ha llamado a la mujer a un lugar sustancial en la historia de salvación, comenzando por la Virgen María y tantas mujeres que sería extenso describir. Digo, en medio de todas estas mentiras debemos destacar que un acontecimiento tan sublime como han sido los Congresos Eucarísticos, son factibles, como tantas otras obras de apostolado, a partir del impulso de una mujer francesa, de una seglar. Congresos en ámbitos parroquiales, diocesanos, en las distintas naciones y en lo internacional, desde 1881 hasta nuestros días. Sí, El Pueblo de Dios, gracias a esta dama, da público reconocimiento a la Presencia Real del Señor en la Eucaristía, a lo largo del tiempo y en los más diversos puntos de la tierra.

Buenos Aires Candidata

Pensar en 1924, que Buenos Aires podía ser el lugar para realizar el Congreso era verdaderamente una empresa arriesgada, no solo por la distancia, que era importante, aunque hubo Congresos más alejados de Roma con anterioridad, sino por que implicaba cruzar el Océano, que en ese tiempo no era un punto menor.

 Pero a la vez, según cuentan las crónicas, Buenos Aires era después de Paris la segunda ciudad con más católicos del mundo. No es de extrañar el asombro de muchos en la Comisión de los Congresos Eucarísticos cuando Dr. Tomás Rufino Cullen[7], quien había sido Ministro de Instrucción Pública y Fray José María Liqueno - un Italiano que vino de joven a Córdoba e ingreso a la orden Franciscana, un gran historiador de la Universidad de Córdoba pero además con una obra fundamental en Filosofía, según nos relata A. Caturelli[8] - tomaron la iniciativa, como representantes de la Argentina en el CEI de Ámsterdam (del 22 al 27 julio de 1924), para proponer a Buenos Aires para el Congreso de 1928, “Feliz audacia” lo llaman quienes relataran los hechos de 1934.[9]

Además de las contras mencionadas, digamos que en la Argentina la Iglesia contaba solo con un Arzobispado y que estaba vacante desde la muerte de Monseñor Espinoza en 1923 y que recién llegó a cubrirse, en 1926 con la llegada de Monseñor fray José María Bottaro. Esto hizo que la moción de los representantes argentinos fuera recibida con frialdad en la asamblea y fuera por tanto rechazada, a pesar del apoyo del Cardenal Reig y Casanova, arzobispo de Toledo, primado de España y quien presidía la delegación española, que se “constituyó en aliado” de la argentina en su propuesta. Sin embargo, todavía habría que esperar unos años, Chicago fue designada para recibir el Congreso en 1926 y Sidney en 1928.

Con la llegada de Monseñor Bottaro a la sede porteña, comienza un trabajo hacia el CE de 1930, desde el inicio de su pontificado en Buenos Aires, el arzobispo inicia una serie de notas hacia la Comisión Permanente de los Congresos Eucarísticos, para pedir el honor para la Argentina. Sin embargo, dos acontecimientos conmemorativos lo suficientemente importantes le arrebatan a Buenos Aires, el honor de la organización del Congreso en honor de Nuestro Señor:  El décimo quinto centenario de la muerte de San Agustín llevan a organizar en Cartago en 1930 y en 1932 se conmemoraba también el décimo quinto centenario de la muerte de San Patricio, por lo que se eligió a Dublín para ese año.

La meta estaba ya en el año 1934, el Dr. Cullen vuelve a la carga en Cartago en 1930, con el apoyo de los españoles presididos, encabezados por monseñor L. Eijo y Garay, el Obispo de Madrid – Alcalá. Aún con una política convulsionada en septiembre de 1930, pronto el Vicario Capitular Monseñor Copello dirige una carta en octubre de 1930 al Comité, reiterando lo solicitado por monseñor Bottaro.

Con el tiempo se advirtió que la iniciativa argentina iba ganando adeptos. En junio de 1932 Dublín, recibe el XXXI Congreso Eucarístico y tributa “espléndidamente al Dios de la Eucaristía el homenaje” debido con profunda Fe y amor.  Monseñor Dr. Daniel Figueroa, oportunamente párroco de San José de Flores y de San Nicolás de Bari quien representó a la Argentina en Dublín, fue testigo de esta inclinación de la balanza hacia Buenos Aires, que mencionáramos.

Por fin el Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos internacionales resolvió finalmente que nuestra Ciudad de la Santísima Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Aires, fuera la sede del XXXII Congreso Eucarístico Internacional.  Siendo el primero que se realizará en América del Sur, en Hispanoamérica.  El Comité lleva la decisión al Sumo Pontífice Pio XI, quien “sumamente complacido, dio su consentimiento expresando su «firme esperanza de que el Congreso Eucarístico Internacional a realizarse en la ciudad de Buenos Aires reverencia, por lo menos, el mismo esplendor que los últimamente celebrados»”.

En este sentido el Dr. Cullen manifiesta que el Congreso no podía ser posible esta aceptación de Buenos Aires sin la participación paternal de Su Santidad Pío XI[10], quien siempre estuvo presto para apoyar la iniciativa, prueba de aquel apoyo y predilección fue la elección de su legado, nada más y nada menos que su secretario de Estado, el Cardenal Pacelli.

 La acción del sr. Nuncio, monseñor Cortesi, quien comunicó al Papa la entraña católica de la Argentina, que todavía la generación del ochenta y el laicismo reinante no había podido destruido del todo, aunque según algunas crónicas de la época había en 1933 una carencia grande, más del 70 % de los niños no estaban Bautizados[11], por eso hacía que un acontecimiento como este, a la vez de hacer brillar la fe que se mantenía encendida, era la oportunidad única para reavivar esa antorcha que se venía apagando.

En Camino al Congreso

Con la decisión tomada, Monseñor Tomás L Haylen, presidente del Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales coordina lo indispensable con el Vicario Capitular, en sede plena, de Buenos Aires Monseñor Santiago Luis Copello. Con estos primeros acuerdos de trabajo, el Sr.  Vicario expide un decreto, el 4 de septiembre de 1932, designando un Comité Ejecutivo, que tendrá dos comisiones. Al frente de este comité estará en principio Monseñor Fortunato J. Devoto, Obispo titular de Attea y Auxiliar de Buenos Aires.  Pronto renunciará y se hará cargo Monseñor Dr. Daniel Figueroa, quien oportunamente fue Párroco de San José de Flores y en ese momento era ya el Cura rector de San Nicolás de Bari, que estaba en pleno proceso de construcción del nuevo Templo en la calle Santa Fe[12].

En octubre de 1932, visita argentina el Secretario del Consejo Permanente de los Congresos Eucarísticos, el R. P. Boubee SJ. El 3 de octubre, visitará la Ciudad de Córdoba donde dio varias conferencias y estuvo acompañado por el Dr. Tomás Cullen.[13]

Reconociendo que, en el extenso territorio de la Argentina, donde se levante un majestuoso Templo o una simple capilla, hay un altar “dedicado a su celestial Patrona la Virgen Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján”, el Comité Ejecutivo se cobijó en su Manto de Madre y se confió a su poderosa intercesión, poniendo en sus manos todos los trabajos preparativos. La Excelsa Madre fue proclamada como protectora principal del XXXII Congreso Eucarístico Internacional.

El 9 de octubre, en un convoy especial que partió de la estación Once, peregrinos, entre quienes se destacaban las damas del Comité y miembros de las Hijas de María, el Vicario Capitular Monseñor Copello, el Obispo auxiliar Monseñor Devoto, el R.P. Boubee, el padre Caggiano y algunos de los miembros del Consejo de Hombres Católicos, marcharon al Santuario de Nuestra Señora de Lujan, donde “los corazones argentinos inflamados de amor a su bendita Madre llenaron por completo las naves de su espléndida Basílica”, donde “ardía sin cesar” la lampará votiva de la oración.

Nuestra Señora de Lujan
Patrona de la Argentina


A las 9 hs. era oficiada la Misa, en el Camarín de la Virgen y luego en el despacho parroquial se celebró una reunión del Comité con la participación del padre Boubee, quien se embarcaría hacia Europa en el “Campana” el 10 de octubre. Monseñor Devoto hizo conocer los mensajes del Sr. Nuncio y de Monseñor De Andrea quienes no habían podido participar, luego el padre Boubee expresó que estaba realmente complacido con lo que había visto durante su visita y exhortó a seguir trabajando, con fe, orden, método y lentitud, indicó que: “La tarea es ardua y la responsabilidad es grande. Hay que trabajar espiritual y materialmente para lograr el éxito anhelado, que desde ahora descontamos”. Además, mencionó experiencias anteriores en la organización de Congresos Eucarísticos, por eso aconsejó crear varias comisiones. Monseñor Devoto, por su parte propuso que los niños puedan realizar una contribución mensual con 10 centavos, que se cambiarían por estampillas para ser colocadas en “hojas”, entendemos que se refería a un álbum creado a tal fin y que además contuviera hojas donde los niños pudieran poner contribuciones espirituales en favor del Congreso, una buena acción, un pequeño sacrificio, una privación… ¡Otros tiempos de gran piedad! Si bien no se resolvió nada en concreto, aunque se estuvo de acuerdo con las propuestas, luego del almuerzo el Dr. Cullen leyó un despacho solicitando al Nuncio su bendición.

Los participantes recorrieron en grupos algunos lugares claves de la Ciudad de Luján y a las 15 hs. se reunieron todos en la Basílica para escuchar a Monseñor Napal, Vicario General de la Armada, quien emitió una arenga desde el Púlpito, sobre las grandezas de la Virgen de Lujan. La Basílica desbordaba ya que se habían sumado columnas de la Sociedad de Peregrinos, que solían peregrinar los 9 de julio, de Rosario y de la obra de Don Bosco. El convoy retorno a la Ciudad de Buenos Aires a las 16:30 hs.[14]

Monseñor Napal

Nuevo Arzobispo de Buenos Aires y nuevos Obispos en Santa Fe y Catamarca

El 26 de octubre la Santa Sede da a conocer que ha aceptado la renuncia de Monseñor Bottaro a la Arquidiócesis de Buenos Aires, nombrándole arzobispo titular de Macra y Morope[15], a su vez nombra al vicario capitular Monseñor Copello como nuevo arzobispo. En ese mismo día se da a conocer también que monseñor Fasolino, rector de la Iglesia de Balvanera es nombrado Obispo de Santa Fe y al párroco de Junín, monseñor Vicente Peira, Obispo de Catamarca.[16]  Esto muestra el interés de la Santa Sede a que se acomoden los cargos eclesiásticos en vistas a la organización del Congreso.



[1] Simplemente algún recuerdo de aquel año, que quizás merezca un trabajo aparte: “En 1960 la Capital Federal, con el Gran Buenos Aires, vivieron días extraordinarios de gracia y misericordia celestiales. Dos mil misioneros argentinos y extranjeros, por mandato de los Obispos se lanzaron con entusiasmo a sembrar la semilla del Evangelio. Pero no fueron solos. El 28 de septiembre salió de la Basílica de Luján la auténtica Imagen de Nuestra Señora en plan de Misionera. Rodríguez, Morón, Lomas de Zamora, Avellaneda, Quilmes la recibieron con entusiasmo exultante entre aplausos, cantos, bandas de música, lágrimas de emoción... Era la primera vez que llegaba por esos pueblos, semejante Misionera que convocaba multitudes y las dirigía al encuentro y reconciliación con Jesucristo Redentor y Salvador de los hombres. (…) Saliendo de Avellaneda, la Santa Imagen se dirigió lentamente en blanco carruaje a la Capital Federal. Imponentes eran las multitudes que en cada barriada la aguardaban.

Según los diarios de entonces en algunos momentos del paso de la Virgen por los barrios, pareció que las casas quedaban deshabitadas. Sus moradores se habían volcado prácticamente en los balcones y aceras. (…) Otra multitud que colmaba la Plaza de Mayo esperaba a la Virgen cuando llegaba a la Catedral Metropolitana. (…) La Imagen continuó después visitando parroquias, estratégicamente elegidas, hasta el mes de noviembre. El poder de convocación que tiene la Virgen es verdaderamente asombroso. Así se manifestó en todas partes. Terminada la Gran Misión se pasó a vivir las jornadas del 1º Congreso Mariano Internacional. En los jardines de Palermo se levantó un altar, que fue el epicentro de los principales actos del Congreso.

 [2] https://www.perfil.com/noticias/cultura/el-obelisco-cumple-85-anos-la-pelea-de-masones-detras-de-su-construccion.phtml

[3] Si tomamos en consideración solo la Arquidiócesis de Buenos Aires y las ordenaciones sacerdotales desde 1932 a 1941 y las de 1942 (serían los primeros seminaristas luego del Congreso) a 1952 tendríamos un aumento del 11 %

[4] Los datos históricos de este apartado lo hemos tomado de la “Historia de los Congresos Eucarísticos de la Conferencia Episcopal Colombiana, en preparación al Quincuagésimo Tercer CEI en Quito en el 2024. Y de la información contenida en el sitio del Vaticano:

https://www.vatican.va/roman_curia/pont_committees/eucharist-congr/documents/rc_committ_euchar_doc_20021009_themes_sp.html

[5] Pedro Julián Eymard nació en La Mure d'Isère, diócesis de Grenoble (Francia), el 4 de febrero de 1811 y fue bautizado al día siguiente. Al final de un laborioso recorrido familiar y vocacional, logró entrar en el Seminario Mayor de Grenoble y, en 1834, es ordenado sacerdote. Después de unos años de un ministerio intenso, inicia, en 1839, una experiencia de vida religiosa entrando en la naciente congregación de los Padres Maristas, en Lión. Rápidamente llega a ser el hombre de confianza del fundador, el P. Colin, que le confía diferentes responsabilidades. Sin embargo, su búsqueda de la voluntad de Dios lo persigue siempre y lo empuja a orientarse cada vez más hacia la Eucaristía por la cual quisiera hacer algo particular. Un momento significativo en ese caminar del P. Eymard fue la experiencia espiritual que tuvo en el santuario lionés de Fourvière, en enero de 1851. Durante su oración, se sintió «fuertemente impresionado» pensando en el estado de abandono espiritual en el cual se encontraban los sacerdotes seculares, la gran falta de formación de los laicos, el estado lamentable de la devoción al Santísimo y los sacrilegios cometidos contra la sagrada Eucaristía. De ahí le vino, al comienzo, la idea de crear una Tercera Orden masculina dedicada a la adoración reparadora; proyecto que llegará a ser, en los años sucesivos, una congregación religiosa enteramente consagrada al culto y al apostolado de la Eucaristía. Impedido de realizar este proyecto en el interior de la Sociedad de María, el P. Eymard tuvo que salir del Instituto. Se trasladó a París, y allí, el 13 de mayo de 1856, funda la Congregación del Santísimo Sacramento. El nuevo Instituto recibe inmediatamente la aprobación del arzobispo, Mons. Sibour, y más tarde, la bendición y la aprobación definitiva del Papa Pío IX (1863). La Obra empieza muy pobremente en locales alquilados de la calle d'Enfer, donde el día de la Epifanía de 1857, se inaugura oficialmente la fundación con una Exposición solemne del Santísimo Sacramento. Un año después, siempre en París y con la ayuda de Marguerite Guillot, el Padre funda la rama femenina: las Siervas del Santísimo. En 1859, abre una segunda comunidad, en Marsella, y la confía al P. Raymond de Cuers, su primer compañero. Una tercera casa se abrirá en Angers, luego otras dos en Bruselas, y una casa de formación en San Mauricio (diócesis de Versalles). Durante estos años de vida eucarística, vemos al P. Eymard empeñado en un apostolado que se dirige sobre todo a los pobres de la periferia de París y a los sacerdotes en dificultad; se dedica a la Obra de la primera comunión de adultos y atiende numerosos compromisos en la predicación, centrada principalmente en la Eucaristía. De su actividad, o por lo menos de su espiritualidad, emanarán varias iniciativas a lo largo del tiempo, como es la Agregación del Santísimo, destinada a los laicos, la Asociación de los Sacerdotes Adoradores, inspirada por su celo hacia los sacerdotes, y los mismos Congresos Eucarísticos Internacionales. Agotado por las responsabilidades de fundador y primer superior general, marcado por las pruebas de toda clase, Pedro Julián Eymard muere en su tierra natal, a la edad solamente de 57 años, el primero de agosto de 1868. Beatificado por Pío XI, en 1925, fue canonizado por Juan XXIII, el 9 de diciembre de 1962, al final de la primera sesión del Concilio Vaticano II. Ahora, exactamente 33 años después, el 9 de diciembre de 1995, fue inscrito en el Calendario Romano y presentado a la Iglesia universal como el Apóstol de la Eucaristía. La vida y la actividad de san Pedro Julián está centrada en el misterio de la sagrada Eucaristía. Al principio, sin embargo, su enfoque era tributario de la teología de su tiempo, insistiendo sobre la presencia real. Pero, llegará a liberarse poco a poco del aspecto devocional y reparador que teñía de manera casi exclusiva la piedad eucarística de su época, y conseguirá hacer de la Eucaristía el centro de la vida de la Iglesia y de la sociedad. «Ningún otro centro sino el de Jesús Eucarístico».

 

[6] San Pío X marcará a fuego desde el comienzo de su pontificado el tema del Reinado Social de Cristo: “Sin embargo, como Dios quiso elevar nuestra humildad a esta plenitud de poder, dirigimos nuestro corazón a "Aquel que nos consuela", y apoyados en la virtud divina al emprender la empresa, declaramos que en el ejercicio de la Pontificado Tenemos un solo propósito: "Renovar todas las cosas en Cristo" [Efes. I 10], para que haya "Cristo en todos y en todos" [Coloso. III, 11]” (Carta encíclica “E Supremi” S.S. Pío X 1903)

[7] Tomás Rufino Cullen nace en Santa Fe, 27 de febrero de 1863, muere en Buenos Aires, 17 de junio de 1940 fue un abogado, hacendado y político argentino, que ejerció como ministro de Justicia e Instrucción Pública de su país durante la segunda década del siglo XX.
Nieto del gobernador de la Provincia de Santa Fe, Domingo Cullen, estudió en el Colegio del Salvador de Buenos Aires y se doctoró en derecho en la Universidad de Buenos Aires, en 1885, con una tesis sobre "Arbitraje internacional". Realizó una gira por Europa y los Estados Unidos, especializándose en finanzas y derecho financiero.
Fue Juez de Paz en la ciudad de Buenos Aires, para ser posteriormente Juez del fuero criminal. Fue también fiscal y procurador de la Provincia de Santa Fe.
Formó parte de la Comisión para la revisión de las leyes electorales en 1893, y en 1898 fue elegido diputado nacional. Tras finalizar su mandato, se alejó de la política durante una década. Fue profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Buenos Aires. Fallece el 17 de junio de 1940

[8] Caturelli, A. La restauración del tomismo en Fray José María Liqueno [en línea]. Sapientia.1982, 37 (143). Disponible en: https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/14658. Aquí también el Dr. Caturelli nos da rasgos de la personalidad de este Fraile que dio el puntapié inicial para la celebración del Congreso Eucarístico Internacional en Buenos Aires: “Ingresó a la Orden de San Francisco en cuyo seno enseñó derecho canónico, historia y filosofía y, en verdad, hasta ahora se lo ha conocido casi exclusivamente como historiador particularmente de la Universidad de Córdoba; pero sus obras filosóficas fueron no sólo importantes sino de gran volumen. Era también un apóstol de acendrada virtud y su proverbial humildad (de la que he recogido testimonios personales) quizá explique la ignorancia en la cual se ha tenido por mucho tiempo su obra filosófica. Desgraciadamente, el Padre Liqueno (como se le llamaba en Córdoba familiarmente) apenas vivió cuarenta y nueve años, pues falleció el 26 de abril de 1926.”

[9] XXXII Congreso Eucarístico Internacional, Buenos Aires 10-14 de octubre de 1934, publicación del Comité Ejecutivo. En adelante los datos que se vuelquen en el trabajo, con comillas, salvo que se indiquen lo contrario, pertenecen a esta obra testimonial publicada en 1935. Para cuando Creamos conveniente volver a citarlo lo haremos como: “Publicación del Comité Ejecutivo - 1935”

[10] “Es evidente que la influencia máxima que determinó a Buenos Aires como sede del futuro Congreso Internacional se debe a la bondad paternal del Santo Padre Pío XI, que en todos los momentos y circunstancias ha manifestado su afectuosa deferencia por la República Argentina, y que siempre que fue consultado sobre el problema pendiente, expresó su opinión favorable para nuestro país”

[11] Esto está comentado en uno de los Boletines Parroquiales de Nuestra Señora de la Salud de Versailles, llamado Versailles, en 1933

[12] La capilla original fue construida en 1733, por iniciativa de Domingo de Acassuso (quien ya había mandado a construir la actual Catedral de San Isidro, ubicada en el partido homónimo, en la Provincia de Buenos Aires), en la esquina de lo que actualmente es Avenida Corrientes y Carlos Pellegrini.1​ Fue reconstruida en 1767, hasta que fue demolida en 1931, debido al ensanche de la Diagonal Norte. El 29 de noviembre de 1935 fue inaugurado el edificio actual (ubicado en Av. Santa Fe 1352) y dos años más tarde, en 1937, fue elevada a Basílica menor. El 23 de agosto de 1812 se izó, en la vieja iglesia, por primera vez la bandera nacional en la ciudad de Buenos Aires, con motivo de un acto religioso.

[13] La Nación 2 de octubre de 1932

[14] Crónica del diario La Nación 10 de octubre de 1932.

[15] Antes del Concilio Vaticano Segundo los Obispos permanecían en sus Diócesis hasta su muerte y si por alguna razón debían renunciar no se los consideraba “eméritos”, sino que se les asignaba una diócesis que en si ya no existía, algo parecido a lo que sucede ahora con los Obispos Auxiliares.

[16] La Nación 27 de octubre de 1932



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