Eucaristía y Martirio
Al cumplirse los 80 años del martirio
de
San Héctor Valdivielso Sáez, primer
argentino
Que alcanzó los altares y del
acontecimiento
Eclesiástico más importante que hubo
en Buenos Aires
El XXXIV Congreso Eucarístico
Internacional,
Con especial dedicación a mi padre
que nació en aquellos días
Históricos y de Gracia, con la
Especial bendición del Cardenal
Legado,
Eugenio Pacelli.
El Paraíso
Hubo un tiempo en que esta ciudad, que hoy declaro su
autonomía de Dios y se jacta en ser la nueva Sodoma, dignificó el nombre que le
pusieron los hombres que la fundaron, cuando la bautizaron, “Ciudad de la
Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires”. Sí, hubo un
tiempo en que Buenos Aires se convirtió en “el Paraíso”, como lo llamo el
Cardenal Pacelli, luego Pío XII, en aquellos memorables días que hoy
recordamos.
Sí, esta ciudad corrupta y corruptora, perversa y pervertida,
tiene oculto en su historia días de Gloria, días de honra al Único y Verdadero
Señor, verdadero Alcalde y Rey de su vida ciudadana. Está ciudad que fue
formada en la hispanidad católica y apostólica, supo doblar la rodilla ante el
verdadero Señor.
Sí, esta ciudad que hoy reniega postrarse frente a la
presencia real del Resucitado, aún para aquellos que se los manda la fe que
dicen profesar o incluso deban custodiar, esta ciudad supo estar de rodillas y
solo eso se permitió estar de pie cuando vinieron los años negros de la
persecución, de la cárcel y del martirio.
Sí, hubo mártires, no asesinados a causa de la defensa de
ideologías anticristianas disfrazadas del servicio al Evangelio, sino
verdaderos mártires por odio a la Fe, como el párroco de las Victorias o Jordán
Bruno Genta o Carlos Sacheri, soldados verdaderos de Cristo Rey.
Esta ciudad se vistió de blanco Eucaristía para adorar a
Cristo Jesús, presente bajo la forma de pan y de vino. Para adorar al Amor de
los Amores, al Dios de los Corazones.
Multitudes llegadas de lugares lejanos vinieron al “fin del
mundo”, para adorar al Señor de la Historia. De todas las edades se congregaron
en torno a la Cruz que se alzó en el Monumento a las Españoles, porque aquella
fe del pueblo argentino se debía a la hispanidad que hay en sus raíces.
Miles de niños recibieron al Señor de Señores “por la primera
vez”, los hombres que nunca fueron mayoritarios en la Iglesia, como bien lo
explicó el Padre Lojoya en una homilía sobre el milagro de la multiplicación de
los panes donde solo se menciona a cinco mil hombres sin contar mujeres y niños.
En la Plaza de las Victorias (de Mayo), frente a nuestra Catedral
se vivió el milagro y el mismo se hizo presente en más de diez mil almas recias
y duras de entendimiento.
Fueron días de gloria y de gracia, que se multiplicaron en
vocaciones sacerdotales, en apóstoles seglares, en hijos fieles, en familia
cristianas, en un pueblo fiel.
¿Por qué la cruz, blanca, pura, inmaculada se elevaba y a sus
pies los altares donde se celebraban Misas simultaneas? Porque la Eucaristía brota
de la Cruz, el calvario es la fuente de donde emerge la Eucaristía. Sí, en ella
está el Resucitado, pero porque se ha ofrecido en la Cruz. No hay Eucaristía
sin Cruz, sin sacrificio. Nunca olvidemos que al participar de la Santa Misa,
estamos como María, Juan y las mujeres frente siendo testigos privilegiados del
Sacrificio de la Cruz, estamos en el Gólgota, en el Monte Calvario.
El verdadero martirio de un argentino
Por tanto las persecucion a los cristianos no es a ellos, a
sus personas, a su “libertad religiosa”, sino a Cristo que anuncian en su
palabra, en sus obras, en sus vidas. A la verdadera Luz que ilumina las
tinieblas de la vida, al verdadero fuego que no consume, sino que enardece el
fervor misionero, a la alegría que no cae nunca en tristeza porque ordena las
pasiones al verdadero único Bien que la verdadera felicidad.
La fortaleza del testimonio de los hijos de Dios está en la
Pasión de su Señor, venció todo lo que nos puede hacer sufrir. La fortaleza
brota de la Cruz y se hace visible, aún en el martirio. La fortaleza está en
los sacramentos, en especial en Eucaristía, que brota de la Cruz.
Está vinculación se vio particularmente entrelazada en una
figura que hoy es desconocida en la Argentina, casi pasa desapercibido. Incluso
su memoria litúrgica no es obligatoria en nuestra Patria, algo inadmisible,
pero lógica en un episcopado cada vez más cercano a los verdugos que al mártir.
El verdadero martirio no vende en esta sociedad perversa. El
verdadero martirio no es útil para los que quieren olvidar la reinado social de
Cristo. Hoy se proclaman mártires a quienes no lo son, sus muertes pueden ser
condenadas, pero no confundirse con el martirio cristiano, no fue el odio a
Cristo que las causó, a lo sumo fue divisiones en formas de pensamiento
totalmente alejadas de la Doctrina Social de la Iglesia. Por eso, entendemos,
que San Héctor es desconocido entre nosotros.
Pero volvamos a aquel octubre de 1934, cuando en Buenos Aires
comenzaba a vivirse la Adoración Eucarística más grande de la historia. En la
España de la que somos hijos por la Cruz, comenzaba a vivir su calvario un
nacido en esta tierra. De sangre española sí, criado en España sí, pero argentino
que nunca olvido su Patria, “nuestra Patria” le diría a su Padre anhelando
venir a estas tierras americanas para la Evangelización.
Pero el marxismo, en combinación con esa ruina moral que es
la masonería, odian demasiado a Cristo Rey y a todo lo que se lo recuerde, por
ello pretenden destruir la Iglesia con el fuego humano, con el de las llamas
sin fe. Sin embargo, la Iglesia ilumina cuando arde de amor y gracia, ilumina
cuando arde de celo misionero, cuando arde la centralidad Eucarística. La
Iglesia ilumina siempre, aun cuando algunos hijos quieran ensombrecer su obra,
con mitra o sin ella. Porque en la obra de la Iglesia habita el Espíritu Santo,
fuego de vida y no el fuego de muerte que ha pregonado el marxismo. Un Espíritu
Santo que es claro y no se muda, no un espíritu mundano al que se quiere
escuchar en detrimento de la voz del primero a lo largo de la historia de la
Iglesia
España en sus raíces más profundas es católica, diríamos
España es Cristo y la Revolución anticristiana lo sabe y por eso la muerte y
destrucción de la República marxista y masónica. Como dice el Padre Menvielle
“destruir a España es amputar la Cristiandad” y este es el primer factor de
esta Revolución anticristiana que tiene tres patas, según afirma el mismo Padre
Julio, el Protestantismo, la Revolución Francesa y el Comunismo, iconos claros
del Anticristianismo del mundo moderno y fuentes de la perversidad moral,
intelectual y legislativa que hoy nos toca vivir, aunque también causa de la
crisis de fe en la misma Iglesia.
Los revolucionarios que eligieron a España para su
destrucción comienzan no sin razón por la fe, porque destruir la fe cristiana
es “destruir a España”.[1]
Así las cosas, Asturias fue campo de muerte. Allí, en Turón
nuestro Héctor, junto a sus compañeros fueron arrestados y ejecutados por un
único motivo: el odio a Cristo, el odio a la Fe. Esto quedó claramente
demostrado en la insistencia de los rebeldes, en conocer si el cocinero de la
comunidad era o no religioso, pues la intención es matar a los religiosos, el
odio era a aquello que ellos representaban ante el pueblo, a Cristo mismo.
Dos descargas cegaron la vida terrena de estos hombres de
Dios, aún más los remataron con pistolas e incluso machacaron las sienes de
alguno con una maza y separaron la cabeza del hermano Cirilo Beltrán. Habían
llegado al pie de su calvario en total serenidad, en espíritu de oración y es
probable que hasta con misericordia a sus asesinos, sabían el porqué de su
muerte: “Si Dios me lo pide, estoy dispuesto a sufrir prisión, el destierro y
la misma muerte (…) Estoy muy contento esperando la recompensa que Dios me
tiene reservada en el Paraíso.” Había dicho nuestro querido San Héctor.
Allá el Calvario y la Cruz de San Héctor y sus compañeros,
acá la Perpetuidad del Gólgota y la rodilla doblada de la Patria frente a su
único Señor, frente a su único Rey. Él no gana elecciones, el gobierna por
derecho natural y derecho de conquista.
El martirio se nutre de la Eucaristía, el martirio se
sostiene en la Eucaristía, el martirio es la Eucaristía en sí misma, porque
brotan de la Cruz, porque esperan en la Resurrección.
(…)
Nos toca vivir en una Buenos Aires muy distinta a aquella piadosa ciudad, en un momento histórico muy distinto, en un invierno eclesial que se contradice con la primavera floreciente de aquel Congreso Eucarístico. Nos toca el desafío del martirio cotidiano, del martirio de la palabra, del martirio de las obras.
No hay lugar para las medias tintas, no hay lugar para los
blandos disfraces de pastoral, tampoco hay lugar para las tibiezas, porque a
los tibios nos vomitará Dios de su boca.
No, son horas de testimonio verdadero, de martirio, de cruz.
Son horas de oración frente a la zozobra que nos causan algunas actitudes,
algunas acciones de nuestra jerarquía eclesiástica.
Amigos no perdamos la fe, no perdamos la unión con el Señor,
escuchemos a San Héctor cuando le dice a su padre, que está en México, en
tierra de persecución: “Ud. Muéstrese valiente luchando por la Iglesia y no
renunciando nunca a la religión, pues es la verdadera y debemos combatir por
ella con coraje y energía, pensando mucho en esta frase: “El sufrir pasa, el
haber sufrido, nunca pasa. (…) No deje jamás su fe. Y para ello tenga siempre
alguna práctica como rezar el Rosario o hacer alguna oración antes y después de
las comidas”.
Amigos lectores, no nos desanimemos, no perdamos la fe frente
a los enemigos internos y externos, a los idiotas útiles, en este tiempo
franciscano respondamos con la oración y el testimonio de entrega al único
Señor. Doblemos nuestras rodillas sólo ante el Dios de los Corazones, ante
Sublime Redentor, el único que verdaderamente Domina las Naciones y les enseña
su Amor.
Supla la Gracia la deficiencia de la pluma.
Marcelo Eduardo Grecco
Director
Versailles, junto a la Virgen de la Salud
7 de octubre de 2014
Nuestra
Señora del Rosario
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