Todos Los Caminos Conducen a... Plaza de Mayo

 

Por Centella

 

Yo estuve en Plaza de Mayo el inolvidable sábado 11 de Junio de 1955, pero... antes de arribar al escenario que apenas  en seis meses se convirtiera por tres veces en imponente demostración de la reacción incubada por un pueblo atacado en sus creencias más íntimas, fueron muchas las impresiones que recogieron mis ojos, a cuál más reveladora de la decisión, el coraje y el profundo espíritu de sacrificio de que hicieron gala los católicos porteños, ávidos de mostrar, que cuanto mayores fueran los afanes persecutorios del régimen, más grande sería también la pública exteriorización de su fervor religioso, arraigado en lo más hondo del corazón

Aunque resido en una zona metropolitana alejada escasamente por media hora de viaje de Plaza de Mayo, como desde varios días atrás soplaban verdaderos vientos de fronda, con la debida anticipación adopté las providencias del caso para llegar a tiempo a esa verdadera cita de honor.

Cuando arribé a la intersección de dos calles por la que, normalmente, transitan varios medios de transporte que conducen a Plaza de Mayo, recibí la sorpresa de la tarde; un núcleo bastante elevado de personas -entre las que se contaban ancianas y ancianos mayores de ochenta años, arrastrando penosamente sus achaques-, comentaban en alta voz la extrañeza provocada por la circunstancia de que desde hacía más de una hora, ninguno de esos diversos medios daba señales de vida.

La maniobra saltaba a la vista: había que impedir el arribo de católicos a Plaza Mayo. Como la hora avanzaba, por insinuación mía tomamos el primer tranvía capaz de acercarnos al lugar de nuestra cita.

En pleno trayecto, momento a momento nuestra vista iba tropezando con improvisadas manifestaciones de fieles provenientes de los lugares mas dispares de la Capital Federal al igual que del Gran Buenos Aires, pues los incondicionales seguidores del régimen que todavía seguía llamándose católico, lo habían dispuesto todo para perturbar la magna concentración; y volvimos a descubrir en esos improvisados romeros a no pocos ancianos de ambos sexos caminando con visible dificultad, sin faltar personas que, aunque más jóvenes acusaban notorias deficiencias físicas.

Cuando el tranvía que nos conducía llego a Belgrano y Entre Ríos, se terminó nuestro paseo: las casi veinticinco cuadras que todavía nos separaban de Plaza de Mayo, tuvimos que cubrirlas a pie.

Aunque contentos  y felices de haber salvado el obstáculo principal, nuestro entusiasmo disminuyó notoriamente cuando atravesamos la cuadra ocupada por el Departamento de Policía: aquel lugar parecía un verdadero cuartel en pie de guerra. Camiones celulares apostados en perfecta fila india, daban la sensación de mantenerse apostados alerta para, en cualquier momento, ser colmados vaya a saber uno por que clase de delincuentes...

Camionetas abiertas de la misma repartición, en gran cantidad, también se hallaban listas para intervenir en un procedimiento que, a juzgar por las apariencias, no sería de los más fáciles.

Pero, como la conciencia nada nos reprochaba pronto cedió ese momentáneo estremecimiento para, más decididos que nunca, dar con nuestra ansiada meta.

Huelga decir nuestra diminuta columna, bien pronto fue agrandándose por obra de las espontáneas incorporaciones de fieles que iban renovando cuadra tras cuadra: y, a medida que se acortaban las distancias, cada uno iba narrando las verdaderas peripecias que tuvo que realizar para poder arribar a Plaza de Mayo.

Lo que ocurrió después es por todos conocido: por gracia de Dios, tuvimos la dicha inefable de asistir a una de las concentraciones que, sin lugar a dudas, ocupa ya un lugar de privilegio en la historia del catolicismo argentino.

Pero lo verdaderamente reconfortante, fue la intrepidez puesta de manifiesto por quienes arriesgaron todo con tal de no faltar a la cita de honor: no importo que se suspendieran servicios y más servicios de transporte, que se levantaran los puentes en los lugares de acceso a la Capital Federal, que todo el clima preparado de antemano por los secuaces del gobierno hiciera vislumbrar negros presagios.

Nada de eso disminuyó la decisión de nuestro pueblo católico, el que, en medio del peligro demostró aquel memorable Sábado 11 de Junio de 1955  que cuando las circunstancias lo exigen no trepida en afrontar el sacrificio con tal de mantenerse fiel a su Dios, a su Iglesia y a sus Pastores....»


Nota tomada de  «Argentina Cristiana» Año II Nº 8 31 de Mayo de 1956, publicado en el número 83

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